miércoles, 30 de abril de 2008

El Viejo Amor...

¿Han escuchado ustedes, por casualidad la canción El Huerto, de Roberto González? ¿No? De lo que se pierden. Es realmente hermosa.
Hace muchos años (volvemos al verano del 76) Jaime López, Emilia Almazán, Roberto González y Jorge Cox Gaitán formaron El Viejo Amor, un grupo efímero con el que grabaron una demo muy chida en casete. Poco tiempo después, los tres primeros habría de grabar para Pentagrama el legedario Roberto y Jaime, sesiones con Emilia, un clásico ya de lo que entonces dieron por llamar el canto nuevo, una especie de respuesta mexicana al movimiento de la Nueva Trova Cubana.
Jaime y Roberto ya eran ya tremendos compositores. Después de esas incursiones en el mundo lateral de la música, Jaime continuó con una carrera dispareja que lo llevó al OTI en 1985, creo. En cambio, y hasta donde yo sé, Roberto González se perdió en el tiempo. Pero antes de perderse, dejó para nosotros una docena de canciones imperecederas. El Huerto es una de ellas.

¿Y con qué fin,
toda esta dialéctica en la historia?
¿Para qué ir al paraíso estando muertos?
¿Para qué alcanzar la gloria estando vivos,
si la gloria está muy lejos de este huerto?

Todos juntos,
afirman los que saben de distancias,
llegaremos al final de la estructura,
escultura de cadáver y concreto,
a posarnos al final de la cultura.

Hay también
quien afirma que tan sólo es sufrimiento,
soportable nada más en el olvido,
que el que canta va buscando a algún sediento
para echarle encima su vaso vacío.

Yo no sé
hasta dónde se resiente lo vivido,
pues saberlo es simplemente estar ya muerto...
Seguiré siempre cantando lo prohibido,
y gozando de los frutos de este huerto...

¿Y con qué fin,
toda esta dialéctica en la historia?
¿Para qué ir al paraíso estando muertos?
¿Para qué alcanzar la gloria estando vivos,
si la gloria está muy lejos... de este huerto?


En una de esas, y si logro rippear la rola, les dejo el enlace para que la descarguen.

¡Salud, y hasta la próxima!

lunes, 28 de abril de 2008

The Dark Side of the Moon

Esa tarde fuimos a un concierto que ofrecieron Henry West y Ana Ruiz, en la Casa del Lago. De la música entendí muy poco. Henry West, con chalequito de artesanías, huaraches y pantalón de mezclilla, iba de un lado a otro del escenario, adornado este con veladoras perfumadas, dando brinquitos como gallina de patio, tocaba un poco de congas, unos lleguecitos a los bongós, un poquito de violín, mientras Ana, igual de jipiteca que el Henry, daba grititos a lo Yoko Ono, mientras sacudía esporádicamente las maracas. Tocaban del nabo, para qué voy a mentirles.
Lo que sí me quedó muy claro es que se trataba de una celebración chamana-espiritual-pacheca, y que el personal, desde Henry hasta el último de la fila, andaban muy viajados. Y yo, apenas con un vaso de leche y dos conchas de chocolate en la panza, no pude alcanzar nunca esas alturas. Del concierto nos fuimos a las casa de Éricka, Frida y Verónica, hermanas entre ellas y chavas muy alivianadas que invitaban a cotorrear al personal con motivo del cumpleaños de una de ellas, creo que de Frida. El asunto es que mi cuate Luis y yo fuimos a dar con ellas aprovechando el desconcierto que les había causado la música del buen Henry. Y en la mansión de las Mues, que tal es el apellido de esas deidades nórdicas, nos dedicamos a devorar las viandas a base de vegetales (nada de carne, mis amigos: las muchachas eran vegetarianas), mientras las güeras y sus invitados se daban un atracón de otro producto, también de origen vegetal, pero que fumaban en cantidades industriales, gracias a que Remember, es decir, Rafael Magaña, le había obsequiado a la cumpleañera una bolsa tamaño regio de la mencionada yerba, sin pata, cocos ni guarumo.
No hubiera pasado a mayores de nos ser porque las muchachas sacaron como a eso de las ocho de la noche, un pastel de elotes orgánicos, cultivados sin fertilizantes ni pesticidas. Pero junto con el elote le habían molido 200 gramos de la mencionada yerba (¿no les dije que Magaña la había obsequiado en cantidades industriales?). Por si fuera poco, la torta estaba decorada con una gigantesca cola de eso que los entendidos llaman Acapulco Golden. Todo natural, ¿no es cierto?
El asunto es que mi cuate Luis, poseído por espíritu pacheco que reinaba en la casa, se jambó un pedazo del pastel, y sorprendido porque no sentía nada, que se receta, con el resultado que ustedes imaginarán: agarró una pacheca que le tardó casi dos días. Pero esa noche se tumbó junto al estéreo, puso un disco, se ajustó los audífonos a las orejas y órale, se estuvo allí tirado estremeciéndose, viajando con la música. Como resultado de esos cuarenta, cincuenta minutos alejado del mundo, Luis estableció la teoría de las tres zonas de luz, y trató de explicarme algo acerca de un lanchero acapulqueño, según él, su único amigo verdadero. No le entendí nada, ni del lanchero, ni de las tres zonas de luz, pero sí me llamó la atención el disco que había escuchado. Se trataba de El Lado Oscuro de la Luna, de Pink Floyd. Yo no lo sabía entonces, pero The Dark Side of the Moon, que así se llama en inglés el disco, es una obra maestra, distintiva de nuestro tiempo, inigualable y perfecta para un viaje pacheco como el de mi cuate.
En cuanto pude me hice del disco y desde entonces no puedo dejar de escucharlo. Y como con el paso de los años se vuelve uno más roñoso y exigente, ahora exploro la red a la cacería de demos, tomas alternativas, ensayos y trivia sobre este álbum, y otros del Pink, igual de bellos y estremecedores: Wish You Were Here, Animals y The Wall. Pero ninguno como El Lado Oscuro de la Luna, ligado para siempre a Luis, a Éricka, a las tres zonas de luz y a un anónimo lanchero acapulqueño.

Porque ustedes lo pidieron...

Para Jenny, con amor...

Escuchar música es una enfermedad incurable y progresiva. Nada se parece a ese encuentro personalísimo entre la música y uno mismo. Es como dijera José Emilio Pacheco acerca del mar: no tiene principio y sale a tu encuentro por todas partes.
Led Zeppelin, por ejemplo. Los escuché por vez primera en un casete que me regaló Junior, y desde entonces no dejo de escucharlos. Recuerdo que por esa época, hace chorromil años, cuando yo iba a la secundaria, compré en el tianguis tres discos del Zeppelin y uno de Ten Years After, porque había escuchado en la radio la participación de este grupo, con su guitarrista prodigioso Alvin Lee, en el festival de Woodstock. Los discos del Zeppelin me siguieron durante años, hasta que las tornamesas pasaron a la obsolescencia y el formato en cedé desplazo a los vinilos.
El disco de Ten Years After tuvo un destino diferente. En una ocasión le comenté a mi amigo Gerardo Esparza, melómano rocanrolero también, que tenía ese disco. Mi cuate peló los ojos como diciendo no mames, por qué no me lo prestas, y de inmediato abrió el cajón de sus favoritos (a diferencia de la mía, que no pasaba de 20 ejemplares, su discoteca rebasaba los 150 discos, cantidad respetable para la época) y me propuso un cambio: el Meddle, de Pink Floyd, por el Recorded Live, de Ten Years After. Acepté de inmediato. Gerardo se quedó bien contento, pensando que me había transado, porque luego supe que el Meddle no le había gustado nadita. Yo también pensé que lo había transado: Recorded Live es un disco mediano y olvidable; en cambio Meddle es una obra maestra. Así fue como tuve mi primer contacto con el Pink Floyd. Ya no habríamos de separarnos nunca.
Cuando Jenny, mi hija, estaba recién nacida y empezó a crecer, la banda sonora de nuestras vidas estuvo marcada por el Pink Floyd. Ya fuera en el restirador, o bañándola, o dándole sus mamilas, o simplemente tirando la hueva a su lado, por el minúsculo departamento que ocupábamos resonaba casi siempre el Pink Floyd, ya sea The Wall, o Animals, o Atom Heart Mother, o Meddle, o Dark Side of the Moon.
Escuchábamos pues mucho Pink Floyd, combinado con dosis exactas de oberturas de Beethoven y de la Sexta Sinfonía de Tchaikovsky, conocida como Patética. También escuchábamos mucho a Bob Dylan, a los Beatles, por supuesto, a Neil Young (de cuyo disco Rust Never Sleeps escribiré aquí algún día) y a los bluseros de la vieja guardia: Willie Dixon, Muddy Waters, John Lee Hooker, Lightning Hopkins, Robert Johnson y demás. Ah, y a los Rolling Stones.
Con los Stones no me llevo muy bien. En ocasiones me parecieron malos imitadores de los Beatles, sobre todo porque ni Mick Jaegger ni Keith Richards llegaron a componer una sola canción que estuviera a la altura de lo mejor de Lennon y McCartney en cuanto a estructura o melodía. Sus discos me parecen muy irregulares, con canciones de relleno casi siempre. Lo mejor reducirlos en antologías de lo mejorcito, como Hot Rocks, Jump Back o la más reciente reciente Forty Licks. Sin embargo, pese a mis envidiosos comentarios, los Stones compusieron rolas inmortales, como Paint it Black, Simpathy for the Devil, Street Fighting Man o Gimme Shelter, imprescindibles en el soundtrack de nuestras vidas.
Como buen viejecito neurótico diré de inmediato que, en vista de lo antes expuesto, no me explico porqué Jenny se fue por el mal rumbo de la chunchaca, la duranguense, la quebradita y el reguetón, habiendo abrevado como lo hizo de la música más pacheca y prendedora que hay en el mundo, llamada rocanrol. Soy su padre, y la amo, pero va a ser muy difícil que la perdone.

¿Ser o no ser (un inútil)?

Mi padre, les decía, vivió siempre con la convicción de que escribir era una tarea de huevones y que eso nunca, pero nunca, me iba a dar a ganar un solo peso. Por eso cuando me estrené como escritor más o menos profesional (hace ya unos diez años) en La Jornada, me supieron a gloria esos dineros, imagínense ustedes, quinientos devaluados por un artículo de cinco mil caracteres.
Ya sé. No tiene nada qué ver con el rock, pero sigo pensando en esos días del 76, y si algo tengo presente es el traqueteo de la Lettera 32, los Delicados interminables y las tazas de café... escribía mal, peor que ahora, como suelen escribir los principiantes. Pero escribía con el alma.
Ninguno de esos papeles sobrevivió a las tormentas de los años, gracias a Dios. Pero escribir me hace humano y mejor... aunque sea humano, mejor e inútil a la vez... es cuestión de enfoques...

domingo, 27 de abril de 2008

Creer o no creer (reloaded)

Estaba con mi amiga M en La Cocina de Chester, esperando a que don Casildo le diera los últimos toques (de rock) a los platillos que le encargamos desde dos días antes: ocho guisados distintos para celebrar con una taquiza el fin del semestre. Casildo, como muchos restauranteros de este lugar, adornó su cocina con fotos del viejo Tuxpan, ustedes saben, la inundación de 52, el Parque Reforma antes de la modernidad, el mercado que ya no existe porque lo consumió un incendio, la barcaza. No me gustan esas fotos. No comparto ese gusto por la nostalgia que lo lleva a uno a contemplarlas. Además, de tan repetidas son ya lugares comunes de lo que podría ser el amor a la tierra de uno, al pueblo, a las raíces. Pero ese día, ante la lentitud de Casildo y presa del tedio de las seis de la tarde, me puse a mirarlas.
Hay una que me llama la atención. Una marcha de obreros avanza por la avenida principal, a la altura del Billar Royalti. Son muchos, y portan mantas desplegadas. Protestan por algo o piden algo. No sé el año, pero fue quizá en los cincuenta del siglo pasado. No me di cuenta de que M estaba de pie junto a mí cuando expresé mis pensamientos en voz alta: "Todos estos tipos ahora están muertos. De nada sirvieron sus mantas, sus consignas, sus peleas. ¿Dónde quedaron tantas envidias, rencores, causas justas o injustas, dónde los desencuentros, las pequeñas historias de heroismo de mezquindad, dónde el amor, la cólera, los celos, el oprobio, la sed de venganza?". "Tu problema", dijo M, "es que no crees en nada. Ninguna causa te parece lo suficiente buena".
Años después comprobé que M estaba en lo correcto. No voy a extenderme ahora explicando cómo es que llegué a esa conclusión, pero diré en cambio que fue aquella una tarde de revelaciones. No es que ahora sea un creyente, pero al menos sé que no creo, y que ese escepticismo abarca todos los órdenes de mi vida. ¿Qué sitio ocupa la música en todo ello? Tampoco lo sé, como no lo supe antes. La diferencia es que ahora no me importa mucho saberlo. En mi cabeza suena Everybody Hurts. Es lo único cierto a estas horas.

sábado, 26 de abril de 2008

Ya que estamos en esto...

Hay una canción de Serrat, muy bella por cierto, que se llama Esos Locos Bajitos. En ella, Joan Manuel reflexiona, o escribe, o hace poesía sobre a relación que guarda uno con sus ellos: “A menudo los hijos se nos parecen, y así nos dan la primera satisfacción, esos que se menean con nuestros gestos, echando mano a cuanto hay a su alrededor”. Cierto.
Hay una etapa de la vida con los hijos en que uno termina por ya no conocerlos más. Como que conforme pasa el tiempo los hijos van tomando su propia personalidad y dejan de ser, gradualmente, esos seres transparentes a quienes conocemos a fondo.
Yo no sé cómo ocurre esto, y si lo hubiera sabido antes quizá hubieses estado más atento. Pero ahora es tarde y no me queda más que intentar saber de ellos de nuevo, como quien inicia una amistad, aunque sepa que a causa de la propia naturaleza de nuestra relación estamos impedidos para ser amigos.
Lo pienso ahora que leí algunas entradas del blog de Pablo, mi hijo. Me sorprenden sus pensamientos y sus ideas. En alguna parte del camino de su vida empezó a abrevar en fuentes ajenas, y ahora lo encuentro como a un extraño, como a alguien que alguna vez se cruzó conmigo pero cuyas experiencias terminaron por transformarlo en otro. Y no puedo escribir sobre ello sin experimentar la mordida de la nostalgia y el asombro.
Hasta cierto punto son como yo, pero completamente diferentes. Sé que conmigo aprendieron algunas cosas, odiaron otras y criticaron las más, por eso me dio por recordar esa canción de Serrat: “Cargan con nuestros dioses y nuestro idioma, nuestros rencores y nuestro porvenir; por eso nos parece que son de goma y que les bastan nuestros cuentos para dormir. Nos empeñamos en dirigir sus vidas sin saber el oficio y sin vocación. Les vamos trasmitiendo nuestras frustraciones con la leche templada y en cada canción”. Cierto.
Con Pablo pisamos el terreno común de la música. Dice él que escuchar The Dark Side of the Moon le abrió las puertas a lo inmencionable, lo que sólo se comprende cuando se vive. No sé si para bien o para mal. Sólo puedo decirles que ese disco me dejó una experiencia similar y que está ligado de manera indisoluble a lo que soy, a la cosa atroz, y a veces patética, que soy.
Se convierte uno en padre sin tener el talento necesario para desempeñarse al menos dentro de los estándares de lo aceptable. Ahora les toca cargar con mis dioses, con mi idioma, con mis rencores, y así ha de ser hasta que ellos tengan a sus propios hijos y entonces les transmitan todo ese equipaje de vida.
Mientras, me asomo con estupor a la vida, y me siento frágil y quebradizo, como si estuviera tocado por una enfermedad mortal. Sólo la música puede sacarme a veces de ese marasmo que son mis pensamientos. No sé si consigo transmitirles al menos parte de mi experiencia.
Mi padre pensaba que la música me convertiría en un bueno para nada, lo mismo que escribir. Por eso recuerdo ahora recuerdo esas noches del verano de 1976, el golpeteo de la Lettera 32, las interminables tazas de café, los cigarrillos y la música con su invasión poderosa llenando las estancias de aqule diminuto cuarto. Eran Pink Floyd y los Beatles, y Bob Dylan y los Doors y los Rolling y Led Zeppelin.
La música me toca el alma. Es todo lo que tengo que decir al respecto.

domingo, 20 de abril de 2008

Eternos Beatles... (sí, de nuevo)

A principios de 1966, los Beatles dieron su última gira y se dedicaron a descansar durante unos tres meses, el descanso más largo que habían tenido desde 1962, cuando la fama empezó a llevarlos por un largo y sinuoso camino.
A principios de abril entraron a los estudios Abbey Road con la intención de grabar un nuevo álbum, sin nombre todavía, pero para el cual tenía ya una docena de canciones armadas. El disco se llamaría Revolver, y la última canción de las 14 que lo conforman, Tomorrow Never Knows, fue la primera que grabaron. Y fue algo que nunca antes se había escuchado. En ese momento los Beatles inventaron el loop.
En términos sencillos, el anglicismo loop define a uno o varios fragmentos musicales (samples) sincronizados en uno o varios compases los cuales, cuando se los reproduce en secuencia una vez tras otra dan la sensación de continuidad. Pues bien, Tomorrow Never Knows fue la primera canción en que se emplearon loops.
Dice la Wikipedia: “Las repeticiones se utiliza en la música de todas las culturas, pero los primeros músicos en utilizar los loops como técnica principal de desarrollo fueron Pierre Henry, Edgard Varèse y Karlheinz Stockhausen. La música de Stockhausen estaba influenciada por el grupo The Beatles y sus trabajos se basaban en grabaciones de este grupo encadenadas y retocadas”. Así es que, amigos del alma, los géneros actuales como el hip hop, trip hop, techno, drum and bass, el dub y su parentela le deben mucho a los Beatles. Y ni siquiera se lo imaginan.
Tomorrow Never Knows es una rola pacheca, inspirada directamente por las experiencias de John Lennon con el LSD, una droga sintética poderosa y devastadora. La distinguen, aparte de los cinco loops que le dan cuerpo, el ritmo hipnótico y el sonido incomparable de la batería de Ringo Starr, tocada con un par de timbales destensados y grabada con eco y muchísima saturación. También fue notable la voz de Lennon, procesada en parte con un invento de los estudios Abbey Road, el ADT, doblador automático de pistas, y por otra al hacerla pasar por el altavoz giratorio de una caja de Leslie, con la idea de que sonara como el Dalai Lama y un millar de monjes cantando en la cima de una montaña.
Otra innovación importante fue la nota sostenida, o en pedal, que había estado ausente de la música occidental desde el siglo XII. La influencia de la música de la india trajo a Tomorrow Never Knows una textura única, en la que no hay progresión de acordes sino una sola nota sostenida, experimento que habría de extenderse a rolas como Rain y Paperback Writer, del mismo disco.
Ahora quizá no sea novedad, pero en 1966 Revolver fue un parteaguas en la historia de la música popular como una obra cumbre de la experimentación sonora y vital, y más notable lo hace todavía el hecho de que apenas cuatro años antes esos cuatro fulanos todavía estaban cantando ñoñerías del tipo yeah-yeah-yeah.
En sólo dos años las drogas dejaron inutilizados a los Beatles, quienes después de Revolver produjeron todavía, a pesar de ellas, su obra magna El Sargento Pimienta. Para 1968 ya no eran siquiera la sombra de lo que llegaron a ser. Pero esa es otra historia.
Escucha las tomas de Tomorrow Never Knows, los loops y demás aparataje que la acompañan bajándote las sesiones de Revolver del blog hermano, especializado en los Beatles, Octaner:http://octaner.blogspot.com/2007/07/revolver-sessions-disc-1-granny-smith.html

sábado, 12 de abril de 2008

Recordar es volver a vivir...

De vuelta en el verano de 1976 déjenme les cuento que mi pueblo era apenas una ladera reseca desde la que podías ver en todo su magnífico esplendor hacia el Valle de México. Aquellos atardeceres eran una fiesta, un incendio de amarillo y oro, y el aire era transparente y de una contenida tristeza. Eso fue mucho antes de que la estupidez humana convirtiera el cielo de Tlalnepantla en un depósito de gases tòxicos y partìculas de mierda en suspensión.
En ese entonces predominaba la radio. Las pocas televisiones que había en el vecindario transmitían, en riguroso blanco y negro, los programas de lo que ahora es Televisa: telenovelas ñoñas y programas de concursos como el de Luis Manuel Pelayo. El sábado transmitían las funciones de boxeo desde la Arena México o la Coliseo.
Más que la tele, la radio tenía la virtud de congregar a las familias. Escuchar la radio era una experiencia enriquecedora porque es más activa que la tele: uno le ponía imágenes, rostros, paisajes a lo que estaba escuchando. La oferta de programas en la radio rebasaba con mucho a la de la tele (no había tantos canales de mierda como ahora…), y dentro de todo el espectro de tropicales, rancheras y baladas, unos cuantos locos ensayaban la transmisión del rock, con programas como La Hora de los Beatles, en Radio Éxitos, que se transmitía tres veces al día; Rock a la Róling, en Radio Capital, o La Hora de Doors y Creedence en esa misma estación. También en Radio Capital pasaban, casi a la media noche, Vibraciones, un programa muy, pero muy pacheco, donde un tipo con voz profunda y misteriosa declamaba frases alucinadas y peyoteras antes de cada canción. Estaba también WFM, con la voz inconfundible de Mario Vargas, con su programación entre pesada y fresa, pero que de vez en cuando daba a conocer buenos números.
Radio Educación y Radio UNAM, por supuesto, estaban a la vanguardia. Lo mismo que Canal 710 donde un tipo, al que de seguro corrieron por atascado y yomiyomesco, se daba el lujo de programar álbumes enteros sin cortes a comerciales. Todo un agasajo. En Radio Educación tenían El Lado Oscuro de la Luna, por ejemplo, loquísimo y acelerado, mientras que en Radio UNAM Óscar Sarquiz (sí, el mismo de la tele) y Remy Bastién producían Rock en Radio UNAM. Dios los bendiga.
Los recuerdo ahora que estuve husmeando en mis archivos y escuché de nuevo la banda sonora del Festival de la Pachequez de Woodstock. Sarquiz y Bastién alguna vez produjeron una especie de historia del rock, que en ese entonces era veinteañero (recordemos que lo inventó Elvis en 1957). Cuando llegaron a la sección guitarristas, pusieron un pedacito del solo de I’m Going Home, la rola que tocó en Woodstock Ten Years After, el grupo de inglesitos liderado por el entonces prodigio de la guitarra Alvin Lee, quien sudó la trusa durante 11 intensos minutos, los cuales terminaron por convertirlo en inmortal y en leyenda.
I’m Going Home, es una rola intensa y cañera, con un solo revolucionario para su época (aunque a estas alturas, con virtuosos como Joe Satriani o Kirk Hammet, quizá sea un tanto ingenuo) que vale la pena de principio a fin. Te la recomiendo cuando andes buscando una buena dosis de adrenalina. Utiliza el buscador de Taringa! (http://www.taringa.net) y descárgala para que escuches lo que es canela.

O sigue este enlace y mira:

jueves, 10 de abril de 2008

La Música...

"Sin la música, la vida bien podría ser una equivocación".
Nietzche.

viernes, 4 de abril de 2008

Amused to Death



Recuerdo con claridad la primera vez que escuché este disco de Roger Waters. Desde entonces no dejo de escucharlo. De un modo o de otro, forma parte de la banda sonora de mi vida...
En su blog, Ubik transcribe las palabras de Alf Razell que sirven de telón a la primera rola del disco, Lo que Dios Quiere, donde toca además el enorme, grandioso, genial Jeff Beck.
De él comentó Roger Waters que llegó un día al estudio, sacó su guitarra, y les mostró el extremo del cable. ¿Dónde me conecto?, preguntó. Waters sabía que las posibilidades de que Beck aceptara tocar en su disco eran mínimas, por eso los sorprendió la actitud del guitarrista, héroe desde los tiempos de los Yardbirds. Y tocó tan con el alma ese día que a pesar de tener completas las tomas para la canción, se dieron el lujo de escucharlo una y otra vez, pidiéndole tomas adicionales.
Compré Amused to Death en la Brooklyn una tienda de mi pueblo que ya (casi) no existe. Lo escuché en formato de casete en un viejo walkman. Fue tan abrumador que tuve que detenerme a media calle. Todos deberíamos escucharlo: es de una belleza estremecedora.

Dylan en su rasposa voz...



El año pasado fui al DF y de regreso en el GL me obsequiaron un ejemplar de Milenio. No me atrae gran cosa Milenio. Sin embargo fue necesario leerlo para paliar el aburrimiento de las pésimas películas que proyectan en el autobús. Las detesto, invariablemente. Eso me pasa por perder mi reproductor portátil. Eso me pasa por no cargar con más de dos libros de libros.
Milenio no traía nada interesante, excepto una recopilación de frases de Bob Dylan, quien estaba de moda a raíz de que le otorgaran el premio Príncipe de Asturias. Bob Dylan es uno de los artistas más influyentes de los últimos años. Nadie como él para resurgir de sus propias cenizas, para reinventarse. Si tuviera que encontrarle un parangón tendría que compararlo con Picasso, y debería decir que lo único permanente en Dylan es el cambio, y que debajo de las múltiples formas que asume siempre se percibe a un tipo genial, un artista monstruoso.

A continuación transcribo para ustedes algunas de las frases de Dylan que cita un artículo de la edición del 17 de junio de 2007 del Milenio titulado “Dylan en su rasposa voz”:

–Nunca quise ser un profeta ni un salvador. Yo hago canciones, no sermones. Puedo imaginarme a mí mismo transformado en Elvis. Pero en ¿profeta? No.
–No conozco a nadie que haya hecho un disco que suene decente en los últimos 20 años, de verdad. Escuchas esos discos modernos y son tan atroces, son sonido por encima de todo y nada más. No hay definición de nada, no hay voces ni claridad, no hay nada, sólo estática.
–Recuerdo cuando el tipo de Napster se quejaba: “¡Todos están bajando música y gratis!”. Bueno, pensé, ¿porqué no?, de todos modos esa música no vale nada.
–No soporto tocar en arenas, aunque lo hago de todos modos. Pero sé que no es ahí donde se supone que la música debe estar. No está hecha para ser escuchada en estadios de futbol. "¡Hey Cleveland, ¿cómo estás esta noche?!" Y a nadie le importa una mierda cómo está Cleveland esta noche.
–He pasado tiempos difíciles grabando. He podido salir adelante con algunas canciones, pero he padecido mucho grabando. Quizá deba ser así. El disco debe ser magnífico porque es una forma de arte. Acaso al final, cuando todo sea dicho y hecho, resulte que nunca llegué a esa forma de arte porque mis discos nunca fueron en verdad artísticos. Fueron sólo documentación, acaso músicos pasables tocando tonadas malas, pero aún así algo surgió. Y ese algo, para mí hoy, es real. Y les muestro cómo es real.
–Su definición de paz: "El momento en que recargas tu rifle".
–Quiero saludar a todos lo ex hippies está noche. Yo nunca he sido un hippie, pero me nombraron hippie honorario.
–Cuando me preguntan cómo son mis canciones les digo que algunas son de diez minutos, otras de cinco o seis.
–Acepto el caos. No estoy muy seguro que el caos me acepte a mí.
–La gente rara vez hace lo que cree. Hace lo que le es conveniente. Y luego se arrepiente.
–No parece haber ningún mañana. Cada vez que he despertado, sin importar en qué posición, siempre ha sido hoy.
–Un hombre es un éxito si se levanta en la mañana y se acuesta en la noche, y entre tanto ha hecho lo que ha querido.
–La única persona en la que debes pensar si vas a mentirle dos veces es tú mismo o a Dios. La prensa no es ninguno de ellos, y me parece irrelevante.
–Yo pude haber escrito “Satisfaction”, pero Mick y Keith nunca pudieron haber escrito "Like a Rolling Stone". Keith Richards admitió que el reto de Dylan hizo a Jagger mejor escritor: escribió "Salt of the Earth", "Simpathy forthe Devil" y "Street Fighting Man". Nada más.
–Nadie es libre, aun los pájaros están encadenados al cielo.
–Esta tierra es tu tierra. Esta tierra es mi tierra, eso seguro, pero de cualquier manera al mundo lo manejan aquellos que nunca escuchan música.
–Tanto parloteo acerca de la igualdad. La única cosa que tenemos verdaderamente en común es que todos vamos a morir.
–Al salir del hospital: "Estoy contento de sentirme mejor. En verdad creí que vería a Elvis pronto".
Y la más hermosa:
–Un poema es una persona desnuda. Algunos dicen que soy un poema.