domingo, 27 de abril de 2008

Creer o no creer (reloaded)

Estaba con mi amiga M en La Cocina de Chester, esperando a que don Casildo le diera los últimos toques (de rock) a los platillos que le encargamos desde dos días antes: ocho guisados distintos para celebrar con una taquiza el fin del semestre. Casildo, como muchos restauranteros de este lugar, adornó su cocina con fotos del viejo Tuxpan, ustedes saben, la inundación de 52, el Parque Reforma antes de la modernidad, el mercado que ya no existe porque lo consumió un incendio, la barcaza. No me gustan esas fotos. No comparto ese gusto por la nostalgia que lo lleva a uno a contemplarlas. Además, de tan repetidas son ya lugares comunes de lo que podría ser el amor a la tierra de uno, al pueblo, a las raíces. Pero ese día, ante la lentitud de Casildo y presa del tedio de las seis de la tarde, me puse a mirarlas.
Hay una que me llama la atención. Una marcha de obreros avanza por la avenida principal, a la altura del Billar Royalti. Son muchos, y portan mantas desplegadas. Protestan por algo o piden algo. No sé el año, pero fue quizá en los cincuenta del siglo pasado. No me di cuenta de que M estaba de pie junto a mí cuando expresé mis pensamientos en voz alta: "Todos estos tipos ahora están muertos. De nada sirvieron sus mantas, sus consignas, sus peleas. ¿Dónde quedaron tantas envidias, rencores, causas justas o injustas, dónde los desencuentros, las pequeñas historias de heroismo de mezquindad, dónde el amor, la cólera, los celos, el oprobio, la sed de venganza?". "Tu problema", dijo M, "es que no crees en nada. Ninguna causa te parece lo suficiente buena".
Años después comprobé que M estaba en lo correcto. No voy a extenderme ahora explicando cómo es que llegué a esa conclusión, pero diré en cambio que fue aquella una tarde de revelaciones. No es que ahora sea un creyente, pero al menos sé que no creo, y que ese escepticismo abarca todos los órdenes de mi vida. ¿Qué sitio ocupa la música en todo ello? Tampoco lo sé, como no lo supe antes. La diferencia es que ahora no me importa mucho saberlo. En mi cabeza suena Everybody Hurts. Es lo único cierto a estas horas.

1 comentario:

  1. Creo que, al final, lo importante es que ellos hayan creído en sus actos (aunque inútiles) y que estos les dieran sentido a sus vidas. Pero si al final murieron con tu pensamiento en su boca, entonces sí fue un desperdicio.

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