lunes, 9 de mayo de 2011

Cuestión de actitud...

Cansado de estar clavado en los ochentas, de repetir las mismas rolas en el iPod, de darle vuelta a a La Banda Sonora de mi Vida como si no hubiera música fuera de esos linderos, me hice el propósito de abrir los oídos a nuevas rolas.
La neta qué clavado, me dije, qué obsesivo. Así es que me di a la tarea de escuchar rolas y grupos que no hubiera escuchado antes, rolas diferentes a lo habitual, tratando de hacerlo sin prejuicios, sin etiquetas ni ideas preconcebidas. ¡Vieran qué chido agasajo!
Descubrí en esa aventura a Jace Everett, a The Sonics, a Ha Ha Tonka y sobre todo a los extraordinarios The Feelies. Más me sorprendió saber que el primer disco de los señores Feelies ¡data de 1980! Tocan tan de poca madre que quisiera subir sus discos a Rapidshare y compartirlos con ustedes. Pero mientras me decido a hacerlo, dejen les cuento que hay en su disco de 2011 una reivindicación de las rolas de cuatro acordes, acompañadas de exquisitos solos casi minimalistas pero con una armonía de poca su madre.
Neta.

miércoles, 6 de abril de 2011

Black Magic Woman/Gypsy Queen

Esa canción me lleva de regreso, irremediablemente, al verano de 1979. Luz Eréndira Matamoros era mi amiga y vivía muy cerca de la escuela. Con ella, con Leticia y con Gerardo Romo, El Pollo, habíamos formado una especie de cofradía cuyos fines iniciales eran el estudio exhaustivo del álgebra y la trigonometría, con el fin de superar los escollos que el profesor Uzcanga nos puso en el camino del conocimiento.

Como les dije, Luz Eréndira vivía con su hermana y cuñado en una casa cercana a los terrenos de la prepa. Al principio no éramos amigos, pero cuando compartimos el aula del cuarto semestre nos unió la antipatía hacia el profesor Uzcanga, un enano bigotón que gozaba humillando a los alumnos y que estaba dispuesto a pasar sobre nuestros ignorantes cadáveres. No permita la virgen que tal iniquidad tuviera lugar.

Luz Eréndira tocaba el piano. Me gustaba escucharla en la estancia en penumbras, mientras la mente se me iba hacia ninguna parte. Al atardecer, entraba luz a raudales por las cortinas entreabiertas de la sala. Luz Eréndira tocaba el piano y la atmósfera se trastocaba en algo mágico, que puedo describir con palabras. Luego era necesario estudiar trigonometría.

Una tarde estuvimos poniendo discos. Curioseando entre la colección del cuñado (que no valía mucho la pena, por cierto) encontramos un disco de Santana llamado Abraxas. Wow. Un par de años antes yo había contraído el mal de Hesse, que consistió en leer lo más posible de ese autor, aunque confieso que algunos de sus temas me eran incomprensibles. Me impresionó particularmente Demian, una novela muy viajada. Ahora no recuerdo gran cosa de la trama, creo que era sobre un tipo muy extraño y la impresión que causaba en su amigo, algo así. No obstante, recuerdo con claridad un par de frases: “El ave rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Del mundo surge un nuevo Dios. El Dios se llama Abraxas”.

La cosa es que en el famoso disco de Santana había (hay) una canción potente e inolvidable, Black Magic Woman/Gypsy Queen. La escuché esa primera vez y nunca dejé de escucharla. Y eso que la onda rumbera y de chunchaca de Santana no es lo mío.

Black Magic Woman/Gypsy Queen empieza con cierta timidez, como no queriendo. Un órgano que ahora se escucha retro, las percusiones y los slides de la guitarra del buen Carlos. La rola es de la autoría de Peter Green, cierto, pero Santana y su banda la convirtieron en todo un alucine, sobre todo en la parte del solo final, al hacer un meddley con Gypsy Queen, de Gábor Szabó. Es allí donde los percusionistas se volvieron locos.

Escucho y escucho esa rola sin cansarme. Y me sorprende todavía la potencia de la sección rítmica y de todo lo que ocurre con los instrumentos de percusión. Luego de un solo de piano, de dos estrofas cantadas por Greg Rollie, de un solo de guitarra y de una estrofa más, el grupo se prepara para el gran final, con una versión modificada de Gypsy Queen.

Es un viaje para el cual las descripciones quedan cortas, de modo que acá les dejo un enlace a Youtube. Escuchen ustedes el agasajo que inventaron para la posteridad con las congas, los timbales, la batería, la tabla y los bongós de José Chepito Areas, Mike Carabello, Rico Reyes, Steven Saphore y Michael Shrieve. ¡Canela pura!

viernes, 18 de febrero de 2011

Rust Never Sleeps

En 1979 Neil Young puso a circular el que sería su nuevo disco de estudio: Rust Never Sleeps. Es un disco estremecedor de principio a fin. Neil y Crazy Horse grabaron la mayor parte de las canciones en vivo, en el Cow Palace, de San Francisco, California, aunque en la producción le eliminaron el ruido de la audiencia. Sólo se grabaron en estudio dos canciones, Sail Away y Pocahontas, que para entonces era una canción viejita, como de 1975.

Rust Never Sleeps, en su versión de acetato, estaba dividido en un lado acústico y el otro eléctrico. Abria el lado acústico la estremecedora My My, Hey Hey (Out of the Blue) un tema bellísimo dedicado al cantante de los Sex Pistols, Johnny Rotten. A continuación esa extrañeza que es Thrasher, y luego Ride My Llama, Pocahontas y Sail Away.

Por el otro lado, eléctrico, pachequísmo, con las guitarras saturadas de distorsión, el agasajo empezaba con Powderfinger, una rola enigmática cuyo significado es, todavía, motivo de toda clase de lucubraciones entre los fans de Neil y en los grupos de discusión dedicados a él en la red. Venían después dos rolas muy extrañas, Welfare Mothers y Sedan Delivery, para terminar con ese alucine que es Hey Hey, My My (Into the Black), segunda versión de la canción acústica que abre el disco.

Yo descubrí este disco, el primero que escuché de Neil, a principios de 1983, y fue una sacudida. De modo que se volvió referencia obligada en la banda sonora de mi vida por los años siguientes, cuando Jenny estaba pequeña y vivíamos en un minúsculo departamento de la calle Venezuela, en el corazón de la ciudad de México.

De ahí en adelante fue buscar y buscar más discos de Neil. Eran los tiempos previos a la Internet, de modo que era necesario peregrinar por las tiendas de disco o por el Tianguis del Chopo. Cuando nos vinimos a Tuxpan la tarea fue más difícil. Ya les dije, creo que ya les dije, que en este pueblo sólo había una tienda que vendía música que no fuera del circuito comercial de esos años. Sin embargo, era necesario solicitar el disco y esperar semanas, a veces meses, el milagro de la aparición del disco. Eso, y la severa escasez de dinero fueron los impedimentos mayores de esa época, hasta que llegó la Internet al pueblo y pudimos salir de la hambruna musical.

Neil Young es uno de mis artistas favoritos, a pesar de que es la primera vez en años que me ocupo de él desde que empecé a publicar Un Toque de Rock en el periódico Noreste de mi pueblo. Y Rust Never Sleeps es uno de esos discos que escucho y escucho con muchísimo gusto. Diré de inmediato que también traté de tocar algunas de esas canciones, con mediano éxito, en la guitarra, y que en nuestras cada día más escasas sesiones con Pablo, mi hijo, alguna vez nos ejecutamos Powderfinger: “Look out, mama, there´s a white boat comin´ up the river/whit a big red beacon, and a flag, and a man in the rail…

Hasta la fecha nadie sabe de qué trata exactamente la rola. Ya les comenté que en la red hay grupos de discusión que analizan las canciones de Neil, y que esta, junto con Thrasher es una de las más enigmáticas. Las letras de Neil alcanzan en ocasiones un grado de sofisticación comparable al de Bob Dylan. Es sin duda un gran escritor de canciones y un músico que sigue su propio camino, a veces a contracorriente.

Acá les dejo un enlace a Powderfinger en vivo. No importa tanto el significado como la belleza del tema. Que lo disfruten.

lunes, 14 de febrero de 2011

El Boxeador...

El enorme Ricardo Garibay

Rubén El Púas Olivares

David El Macetón Cabrera

Ricardo Garibay escribió alguna vez, creo que en Fiera Infancia y Otros Años, las siguientes frases: “Nunca he conseguido ser enteramente auténtico, me gustaría parecerme al boxeador que sin oportunidad ninguna de triunfo, como alegre suicida, sigue rompiéndose la madre hasta el último round”.

Qué bella imagen: rompiéndose la madre hasta el último round, sabiendo que todo está perdido.

Así era David El Macetón Cabrera, un peleador de peso semicompleto que tuvo su media hora de fama a principios de los 80. Dicha fama residió sobre todo en su discapacidad, ya que tenía rígida la pierna derecha a consecuencia de un accidente con un autobús. También fue famoso por que carecía de técnica en eso de liarse a mamporros con el prójimo.

Lo vi en 1981 creo. Fue en la vieja Arena Coliseo, no recuerdo el nombre de su oponente. Era una locomotora el Macetón Cabrera, una avalancha ciega de golpes y sudor y sangre, un rehilete de brazos desbocados; una furia cuya determinación lo hacía ir para adelante, para adelante, para adelante, con los pómulos tumefactos, las cejas monstruosas, los labios en flor.

Iba al frente el Macetón Cabrera, demoliendo al contrincante a base de puros riñones, sin cintura, sin bénding, sin fáit-step, apoyado en la pierna reseca, en su aguante prodigioso y en su voluntad de fierro colado. Dejaba para otros la elegancia, el estilo, los golpes a la alta escuela; lo suyo era abrirse paso a pico y pala, a madrazo limpio, como lo que era: un guerrero del cuadrilátero, una leyenda. Lo suyo eran huevos y actitud; no necesitó de más.

David Cabrera murió hace poco, en diciembre de 2010, a la edad de 73 años. Uno de sus admiradores dijo: “Él era el tipo que quisieras a tu lado en una pelea de cantina. El Macetón parecía una puta muralla mientras cruzaba el ring con ese pie arrastrándose detrás de él. Era como su ancla, pero él nunca permitió que eso le impidiera pelear. Era un verdadero boxeador ese vato”. No puedo pensar en un obituario más justo.

Lo recuerdo ahora por las palabras del Ricardo Garibay, boxeador frustrado y escritor de altos vuelos, quien se ocupó del tema como pocos en Las Glorias del Gran Púas, ese testimonio inigualable sobre otra leyenda de los encordados, Rubén El Púas Olivares.

Lo recuerdo porque ahora mismo estoy escuchando The Boxer, de Paul Simon, y algo de inasible nostalgia y de tristeza se cuela de pronto en estas palabras. Como una racha de aire frío. Como el recordatorio de una sentencia irrevocable.

Hace mucho tiempo intenté tocar The Boxer en la guitarra. La canción tiene cierta dificultad por el Travis picking, o como se le llame, y porque además canto feo y mal. Pero la letra tiene una belleza aterradora, un coraje del que las palabras de Garibay hacen eco quizá sin saberlo, sobre todo la última estrofa, para la cual no encuentro la traducción adecuada. Perdonen la carencia; en el inglés, como en algunas otras materias del conocimiento humano, soy autodidacta:

In the clearing stands a boxer,/And a fighter by his trade/And he carries the reminders/Of ev'ry glove that laid him down/And cut him till he cried out/In his anger and his shame,/"I am leaving, I am leaving."/But the fighter still remains…

Sí, el peleador sigue...

martes, 16 de noviembre de 2010

Eternos Beatles (sí, de nuevo)



Sólo tres años después de que la canción más decente que pudieron entregar fuera She Loves You, los Beatles entraron a los estudios de grabación para grabar su nuevo proyecto, al que llamaron de manera temporal Granny Smith y que terminaría llamándose Revolver. Fue en abril de 1966, el día seis de ese mes, para ser más exactos.
Son muchos los descubrimientos sonoros que los Beatles donaron a la música en ese disco, pero hoy quiero referirme al legendario ADT, el doblador automático de voces.
Verán ustedes. Los Beatles habían agarrado la onda de grabar dos veces la pista de la voz, la segunda ligeramente desfasada de la primera. El proceso era muy gravoso por la necesaria precisión para hacer coincidir las dos pistas, de modo que les tomaba mucho tiempo hacerlo, además del desgaste de los cantantes y de los berrinches que hacían a cada rato.
Fue Ken Townsend, ingeniero de grabación de los estudios Abbey Road quien tuvo la idea, instigado por Lennon, de un dispositivo que pudiera efectuar el proceso de manera automática, para ahorrarse así las dificultades técnicas de hacerlo a la antigüita.
El ADT, o Automatic Double Tracking, consiste, en términos llanos, de un dispositivo que toma la señal de voz y la reproduce con un ligero desfasamiento, de milisegundos, para conseguir un efecto de flanger, una cosa muy loca que dominó las grabaciones de los Beatles a partir del disco Revolver.
Contra lo que se piensa, en las voces de Tomorrow Never Knows, esa joya del rock, no se utilizó todavía el ADT. Llegó un poco tarde, es cierto, sino que se hicieron de forma manual todavía. Ya les hablé sobre la invención del loop en Tomorrow Never Knows. Hoy les diré que la parte de la batería, y sobre todo el proceso con que la grabaron, fueron desde entonces de lo más buscado en las grabaciones subsecuentes. Los Beatles estaban por entrar en su máxima etapa creadora y lo hicieron con todo, pero con todo.
Les diré también que esta es una canción de drogas, influida por las drogas. No tengo nada en contra de que la gente se meta lo que quiera, cada cual es libre de destruirse como pueda. Tampoco creo que los Beatles le debieran sus canciones a las drogas. Creo que los Beatles fueron los Beatles no por las drogas, sino pese a ellas. Se sabe, por el libro de Peter Brown, por ejemplo, que Lennon tenía un mortero en su habitación, donde mezclaba toda clase de mierdas, y cuando sentía que iba bajando, metía el dedo al mortero y se llevaba el contenido a la boca.
Las drogas casi destruyeron a Lennon. Basta con escuchar los dos primeros álbumes que grabó con Yoko para darse cuenta del grado de estupidez al que lo redujeron. Solo, Lennon nunca alcanzó siquiera la mitad del nivel que alcanzó con los Beatles. Tampoco Paul. Los otros dos muchos menos. Sólo la extraordinaria sinergia que hubo entre esos cuatro músicos pudo producir las rolas excepcionales que dejaron como un legado inmortal para todos nosotros.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Dire Straits - Walk of Life

Qué bella, luminosa canción compusieron los Dire Straits. Hace años que no la escuchaba, hasta hace un par de días que la añadí a mis listas de reproducción en el iPod. Desde la intro, que ahora resulta hasta cierto punto retro, con el riff ejecutado por el órgano, y con el platillo de la batería a contratiempo, hasta la fuerza cañera de las guitarra... un deleite. Me dan ganas de bailar con esa rola, y eso que yo no bailo ni los ojos. Pero no soy al único que le pasa. Disfruten el video y comprueben el ánimo y la singular alegría de los Dire Straits en el siguiente enlace:


Esta canción hace que salga el sol. En serio...



viernes, 15 de octubre de 2010

Sobre el iPod...

Hace poco más de un año mi hermano Jorge me vendió un iPod Touch. Era sencillito, de los de primera generación y con ocho gigas de capacidad. De inmediato lo rellené con centenares de mis canciones favoritas, y lo traje de un lado para otro, como niño con juguete nuevo. Era un juguete nuevo. Además mi sobrino Jorge, le había puesto algunos juegos, lo cual lo hacía más disfrutable. También le compré unos audífonos nuevos. Perdonen ustedes la herejía, pero los originales no dan batalla. Le puse unos Sony Megabass y con eso quedó completo.

Nunca le añadí fotografías ni videos (alguna vez les contaré sobre mi resistencia a ver conciertos y esas cosas), sólo música, y en ocasiones lo utilicé para conectarme a la Internet. Nada del otro mundo. Ese iPod me ayudó a superar el tedio de algunos viajes largos que hice en los últimos dos años, porque estaba provisto de un compendio de mis álbumes favoritos y de algunas canciones imprescindibles en la banda sonora de mi vida. En uno de esos viajes lo llevé a que le revisaran la batería, que ya le duraba muy poco.

El tipo que lo revisó me dijo que se trataba de un problema de software, así es que sometió al iPod a una craneotomía urgente y le hizo jailbreak: quedó como nuevo, literalmente, y sin una sola de mis imprescindibles canciones. Yo no sabía entonces que eso del jailbreak deja al iPod como Dios lo echa al mundo (lo supe por la vía de la sorpresa que me llevé en esos momentos), de modo que fue necesario utilizar la portátil para sincronizarlo de nuevo con algunas rolas para el viaje de regreso a Tuxpan.

Al poco tiempo perdí el iPod. No supe dónde quedó. Ni siquiera la búsqueda intensiva, milimétrica, en las estancias de la casa dio resultado. Ya no estaba. Traté de suplir su ausencia alimentando con música mi teléfono móvil peor nunca fue lo mismo, hasta que le perdí el amor a 4 mil pesos y me compré uno nuevecito, de 32 gigas, al que de inmediato le puse una funda rígida de acrílico y una calcomanía protectora en la pantalla. Después me di a la tarea de cargarlo de música.

Quizá sea ocioso decirles que de momento fue como una copia exacta del primero. Será que me estoy volviendo viejo, pero hagan de cuenta que lo sincronicé con la misma configuración del iTunes, aunque no fue así. Simplemente vuelvo a mis viejas canciones como quien vuelve a un mal hábito, de modo que hice ahora un esfuerzo consciente por añadirle un repertorio diferente al anterior, y probar temas diferentes, olvidados hasta ese momento en la musicoteca digital.

Verán ustedes. Le puse material de Johnny Cash, los American Recordings, los Unhearted y un disco que me parece muy bello, Storytellers, donde canta mano a mano con Willie Nelson. También agregué repertorio a la sección de metal, con Megadeth, Motorhead, Iced Earth (el En Vivo en Atenas es de mis favoritos), varios discos de Judas Priest, mucho Slayer (por extraño que parezca Kerry King es uno de mis guitarristas favoritos), y algunos álbumes de Whitesnake.

En la onda de los viejitos aparecieron los Who (una recopilación de sus mejores rolas, el grupo no da para más), los Guns´n Roses y el Deep Purple, con algunos álbumes imprescindibles: Made in Japan, Made in Europe y el magnífico Machinehead. Puse dos discos de Dylan, Bringinin It All Back Home y Slow Train coming, el primero por razones sentimentales, ya que marcó mi encuentro con Dylan en el verano de 1977, y el segundo por tratarse de una especie de reflexión sobre Dios y la espiritualidad, cualquier cosa que eso signifique. Incluí Uprising, de Bob Marley, algo de The Doors, de Buffalo Springfield y de Crosby, Stills, Nash and Young.

Tiene una lista de reproducción que se llama Matonas. Allí puse canciones que deben ser de acceso inmediato, aunque yo mismo me sorprendo de su contenido. Está Jambalaya, de Hank Williams, One of Us, de Joan Osborne; los covers que hizo Johnny Cash (¿por qué no tuve yo la voz de Johnny Cash?)a Hurt, de NIN, y a One, de los U2. Se encuentran también Goin´Home, interpretada por Ten Years After, y el Himno Nacional Gringo, destrozado magistralmente por Jimmi Hendrix, ambas del Festival de Woodstock; Little Girl Blue, Summertime y Piece of my Heart, en la voz de la Diosa Janis y Black Magic Woman, a cargo de Carlos Santana, sobre todo por la extraordinaria sección de percusiones, entre otras.

Me falta ponerle material en español. Ya tengo en la mira lo que subiré al iTunes este fin de semana: Carlos Arellano, Jaime López, Andrés Calamaro, Joaquín Sabina, rock mexicano del llamado rupestre, encabezado por Rodrigo González, y Real de Catorce, con quienes tengo pendiente un artículo de desagravio. Ya les contaré.