martes, 27 de mayo de 2008

Aquí, reportándome...

En los último días no escuché nada de música. Estuve ocupado haciéndome pendejo con cosas que ni al caso vienen. Fue un par de semanas realmente crispante. Sin la música, dijera Nietzche, la vida bien pudiera ser una equivocación. Lo es. Me doy cuenta de que a estas alturas de mi existencia me sería imposible prescindir de la música. La banda sonora de esto que llamamos vida tiene la virtud de llevarme de regreso a las parcelas de lo que a veces llego a dar por perdido: los días de mi infancia, los de mi juventud acelerada, los años de mi madurez y los de ahora, que me siento viejo y acabado.
Porque, sabedlo todos, soberanos y vasallos, príncipes y mendigos, amigos todos, cada día tiene sus propios afanes y la música los hace más ligeros. Hay canciones luminosas, imperecederas, cuyos primeros compases hacen florecer a los jardines. Hay canciones terribles como el recuerdo de un asesinato, canciones desgarradoras y también tontas. Hay canciones sin sentido y algunas tan simples que a veces pienso "yo pude haberla escrito", ya sea Knockin' on Heavens Doors o Rain. Pero me engaño: es muy sencillo imitar un Picasso, pero crearlo es prácticamente imposible.
Y fíjense, sin querer, terminé mezclando ahora los dos grandes temas de mi vida: la música y la pintura. Bob Dylan es el Picasso de la música. Sin él es imposible imaginar el rumbo que hubiera tomado el rock and roll. Lo mismo ocurre con Picasso: Picasso es la pintura, al menos la de los últimos 80 años.
Ahora que lo pienso, casi nunca, por no decir nunca, he escrito sobre la pintura. ¿Y saben qué? Alguna vez pensé que no podría vivir un solo día si no tuviera el consuelo de la pintura.
Estaba equivocado.

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