viernes, 29 de febrero de 2008

Simpathy for the Devil

Ni tú ni yo. Cuando los Rolling Stones grabaron Simpathy for the Devil, el guitarrista en turno era todavía el original, pacheco y desconcertante Brian Jones. Sin embargo, para las fechas de grabación de Beggars Banquet el pobre Brian ya estaba en las últimas, piradísimo y con una conducta errática que lo hacía poco confiable para las sesiones del grupo. Era los inicios del año 1968.
Beggars Banquet fue el último esfuerzo de Brian y los Stones como compañeros. Aunque ya estaba muy trastornado, colaboró en el álbum con guitarra slide, melotrón, cítara, armónicas y coros, sobre todo en Simpathy for the Devil. Esta rola, aunque se atribuye al dúo Jagger-Richards, fue compuesta por Mick Jagger tomando como base la novela The Master and Margarita de Mikhail Bulgakov, y es una especie de recuento de las maldades del diablo en su actuar en la tierra.
Al margen de las consideraciones religiosas, la canción tiene un poderío enorme, apoyada en la base rítmica que le dan las percusiones y ese ritmo extraño, como de samba… y tiene un solo de guitarra memorable que no es ni de Brian Jones, ni de Mick Taylor (quien habría de integrarse al grupo hasta el año siguiente, un mes antes de la muerte de Brian Jones por sobredosis de drogas): lo toca el mismísimo Keith Richards.
Simpathy for the Devil se grabó en los London's Olympic Sound Studios entre el 4 y el 10 de junio de 1968. Además de los Stones tocaron allí Nicky Hopkins al piano; Rocky Dijon en las congas; Bill Wyman, maracas. Marianne Faithfull, Anita Pallenberg, Brian Jones, el productor Jimmy Miller, Bill Wyman, Nicky Hopkins y los mismísimos Jagger y Richards ejecutaron los coros que son ya característicos de la canción. Y sí, Keith Richards toca el bajo, y el solo inolvidable, en su Les Paul de 1957.
Sin embargo, los Stones pusieron a circular en 1970 un álbum de nombre poco atractivo Get Yer Ya-Yas Out, que contiene 10 tremendas rolas grabadas en vivo, entre ellas Jumpin’ Jack Flash, Midnight Rambler, Street Fighting Man y por supuesto, Simpathy for the Devil, ya con Mick Taylor como solista, con un ritmo muy diferente al de la versión en estudio, y es memorable ese duelo de pregunta-respuesta que sostiene con el eterno Keith Richards. Este álbum tuvo la virtud de capturar la esencia del espectáculo de los Stones en vivo (el número uno del mundo, así los anunciaban), y a pesar de su edad, todavía tiene una fuerza avasalladora. Basta con subir el volumen del estéreo para comprobar lo que eran esos tipos sobre el escenario. También incluye una versión impresionante de Love in Vain, de Robert Johnson.
Y bueno, en el verano de 1976 esto es lo que estaba escuchando, el concierto en vivo de los Stones. Un año antes, AC-DC, ese fenomenal grupo australiano acababa de salir a escena con un disco devastador, High Voltage, y los Sex Pistols estaban por partirle el hocico al sistema con Never Mind the Bollocks, que habrían de lanzar como un escupitajo al rostro de Europa el año siguiente.
El punk rock estaba cocinándose en Londres, pero los Stones estuvieron siempre muy por encima de esa clase de consideraciones. Se les considera la mejor banda de rock del planeta. Desde Sticky Fingers lograron hilvanar 8 álbumes en el primer lugar de ventas en Estados Unidos. La revista Rolling Stone los coloca en el cuarto lugar de los 100 de todos los tiempos, pero sobre todo, a casi 46 años de su aparición los Stones siguen siendo simplemente los Stones, una banda rompemadres, con un extraño don para reinventarse y resurgir siempre de sus propias cenizas. Vayan con Dios, Rolling Stones.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Creer o no creer...

Estaba con mi amiga M en La Cocina de Chester, esperando a que don Casildo le diera los últimos toques (de rock) a los platillos que le encargamos desde dos días antes: ocho guisados distintos para celebrar con una taquiza el fin del semestre. Casildo, como muchos restauranteros de este lugar, adornó su cocina con fotos del viejo Tuxpan, ustedes saben, la inundación de 52, el Parque Reforma antes de la modernidad, el mercado que ya no existe porque lo consumió un incendio, la barcaza.
No me gustan esas fotos. No comparto ese gusto por la nostalgia que lo lleva a uno a contemplarlas. Además, de tan repetidas soy ya lugares comunes de lo que podría ser el amor a la tierra de uno, al pueblo, a las raíces. Pero ese día, ante la lentitud de Casildo y presa del tedio de las seis de la tarde, me puse a mirarlas.
Hay una que me llama la atención. Una marcha de obreros avanza por la avenida principal, a la altura del Billar Royalti. Son muchos, y portan mantas desplegadas. Protestan por algo o piden algo. No sé el año, pero fue quizá en los cincuenta del siglo pasado.
No me di cuenta de que M estaba de pie junto a mí cuando expresé mis pensamientos en voz alta: "Todos estos tipos ahora están muertos. De nada sirvieron sus mantas, sus consignas, sus peleas. ¿Dónde quedaron tantas envidias, rencores, causas justas o injustas, dónde los desencuentros, las pequeñas historias de heroismo de mezquindad, dónde el amor, la cólera, los celos, el oprobio, la sed de venganza?".
"Tu problema", dijo M, "es que no crees en nada. Ninguna causa te parece lo suficiente buena".

Años después comprobé que M estaba en lo correcto. No voy a extenderme ahora explicando cómo es que llegué a esa conclusión, pero diré en cambio que fue aquella una tarde de revelaciones. No es que ahora sea un creyente, pero al menos sé que no creo, y que ese escepticismo abarca todos los órdenes de mi vida. ¿Qué sitio ocupa la música en todo ello? Tampoco lo sé, como no lo supe antes. La diferencia es que ahora no me importa mucho saberlo.
En mi cabeza suena Everybody Hurts. Es lo único cierto a estas horas.

martes, 26 de febrero de 2008

Mar eterno

Digamos que no tiene comienzo el mar:
empieza en donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes.

JOSÉ EMILIO PACHECO

sábado, 23 de febrero de 2008

Pomada para los pies...

Hoy por la mañana iba en el trolebús, muy quitado de la pena, cuando un tipo de ojos saltones y barbita pidió permiso de abordar gratis para ofrecer sus productos a los pasajeros. Se trataba de una pomada milagrosa en gel, producto de años de investigaciones en herbolaria y compuestos naturistas que acabaría, por fin, con esa plaga de la humanidad llamada pie de atleta.
El gordito recorrió la unidad recitando las características de esta enfermedad, causada por hongos, cuyos síntomas van desde la picazón casi imperceptible hasta la gangrena y la pérdida de los pies en casos de extrema gravedad. Nos dijo que las uñas se ponen amarillas, esponjosas y tan duras que no hay alicates que puedan con ellas. O que se caen. Por no hablar del mal olor, la sudoración y las vergüenzas que pasa uno con la novia o cuando va a solicitar algún empleo.
Mientras, blandía en una mano dos frascos del compuesto maravilloso, a diez pesos cada uno. Sin embargo, como una oferta, una promoción de los laboratorios no sé qué, en la compra de un tarro obsequiaría otro. Pídalo sin pena, con toda confianza. Esta es una oferta por tiempo limitado, ya que dentro de unos dos meses se comercializará en los grandes almacenes de toda la república a un precio mucho mayor.
De entre todos los procutos manufacturados por el hombre, pensé, este gordito de ojitos de rana escogió el menos comercial. Al menos a mí nunca se me ocurriría ganarme la vida vendiendo cremas en gel para el pie de atleta.
No obstante, para mi sorpresa, el producto fue todo un éxito. Casi se le acaban allí mismo todos los pomos. Señoras, señores, jóvenes estudiantes, todo mundo alzaba la mano en busca de la pócima milagrosa. Y lo más intrigante: al pasar junto a mí, el gordito me guiñó un ojo y me dijo: "con toda confianza, joven, si gusta pedirla..." ¿Acaso tiene el don de olerle los pies a los pasajeros de los trolebuses?
La neta, nunca imaginé que hubiera tanta gente con ardor de pies y pie de atleta. ¿No será esa una de las plagas de la humanidad, que el Efecto mariposa de la Mezquindad Humana tiene su origen en el ardor de los dedos y la sudoración excesiva de los pies, por no mencionar el mal olor y las uñas amarillentas y esponjosas? De inmediato tomé notas mentales sobre una posible investigación al respecto. ¿Padecería Hitler de pie de atleta?
Por mientras, no compré mi frasco y por lo tanto no recibí ninguno otro de regalo. Decidí esperar, aunque luego tenga que comprarlo en cuarenta pesos, ya sea en Wallmart o en Soriana.

Lecturas para el baño...

El rock abunda en anécdotas. Parece que el medio se presta para las expresiones más desmadradas y fuera de órbita. Será por su cercanía con las drogas, el alcohol y todos los demás excesos, será porque el mundo del arte en general se nutre de diamantes locos, quienes a pesar de las adicciones (no gracias a ellas) y de la vida acelerada que llevan, a cada tanto dejan como legado obras fundamentales.
Led Zeppelin se llama así porque durante una borrachera Keith Moon, entonces baterista de The Who, escuchó la música de la nueva banda de Jimmy Page y dijo que aquello era un Zeppelin de Plomo (Lead Zeppelin), no sabemos si por la pesadez de las rolas o por el vaticinio de que la banda se hundiría de inmediato. El caso es que Jimmy adoptó el nombre y adaptó la grafía a Led Zeppelin, para que los fans estadunidenses pudieran pronunciarlo correctamente.
Pero pocos saben que la condesa Eva Von Zeppelin, aristócrata danesa y descendiente de pedigrí del inventor de los dirigibles, puso el grito en el cielo, y afirmó: “Cuatro monos chillones no van a seguir usando este prestigioso apellido sin permiso”. Los cuatro monos chillones eran Robert Plant, Jimmy Page, John Bonham y John Paul Jones, creadores de la Banda de Rock por antonomasia, la más influyente de los 70, que con menos de 8 horas de grabaciones en estudio pasó a la inmortalidad. La condesa los llevó a juicio pero les peló los dientes. Los Zeppelin siguieron con su nombre, arrasando en los escenarios (y en los cuartos de hotel, porque no dejaban grupie sin cabeza los desgraciados).
Otra anécdota memorable de los Zeppelin proviene de la visita que le hiciera los cuatro, junto con su apoderado, Peter Grant, al Rey, Elvis Presley. Peter, a quien se puede ver en las secuencias de gángsters de la película The Song Remains the Same, era un tipo enorme, un refrigerador de 20 pies, barbado y tan loco o más que los otros cuatro. Ya dentro de la casa, los cuatro monos chillones se dedicaron a alabar a Elvis mientras Peter, con toda discreción, acomodó su cuerpo en uno de los enormes sillones de la sala, sin percatarse de que estaba ocupado por Vernon Presley, el padre del El Rey. Un leve alarido alertó a todos. Peter tenía insertado en el trasero a Vernon, y por fortuna se puso de pie antes de que el viejo muriera por asfixia. Al despedirse, Peter Grant le dijo a su anfitrión: “Encantado de conocerte, Elvis. Siento haberme sentado encima de tu padre”.
Elvis mismo es fuente inagotable. Se sabe que fue aficionado a las armas de fuego, sobre todo a las pistolas. Tenía una gran colección de ellas y sabía dispararlas. En 1976, el día que sus guardaespaldas Red y Sony West publicaron el libro Elvis: What happened? (Elvis: ¿qué ocurrió?), en el cual relatan una “impactante y bizarra historia” en la que lo califican de borracho, violento y obsesionado con la muerte, Elvis, que había esnifado cocaína toda la tarde, además de ingerir alcohol y otras drogas, salió a la calle con un cinturón colmado de pistolas, gritando: “¡Vamos a cazar cabezas! ¡Vamos a matar a esos hijos de puta!”.
Se hubiera topado con otro pionero del rock, Jerry Lee Lewis, quien en las mismas condiciones, y en ese mismo año, fue a buscarlo a las puertas de Graceland, pachequísimo y blandiendo un revólver, mientras le gritaba repetidamente al Rey que sacara su ‘grasiento culo’ de allí dentro para dilucidar cuál de los dos era el auténtico rey. Elvis, por supuesto.

jueves, 21 de febrero de 2008

Confesiones de un amargado...

Veo desde la terraza el lomo de la ciudad dormida. ¿Cuántas personas se revuelven en este mismo momento en sus camas? ¿20, 30 mil? Todos con su historia personal de intrigas, mentiras, decepciones; todos con un punto de vista sobre la vida, el amor y el precio de la tortilla. Hombres y mujeres cuyas historias se entremezclan, se confunden, se distorsionan por efecto de la cercanía y que juntos forman lo que con cierta soberbia podríamos llamar La Epopeya de la Humanidad Sobre la Faz de la Tierra.
Y pienso de qué manera las vidas se entrecruzan. A una mujer le arden los pliegues de los dedos de los pies y se levanta de malas a ponerle comida al marido, éste, que trabaja de agente de tránsito, se encabrona por la jeta de la mujer e infracciona al primer fulano que le cae gordo. El fulano le mienta la madre, y consciente de su propio escozor en los dedos de los pies, atropella a un un abuelo que iba a dejar al nieto al jardín de niños... todos juntos integramos no la Epopeya del Hombre sino el Efecto Mariposa de la Mezquindad Humana.
Ahora mismo recuerdo a ese personaje de Beckett que en condición extrema mata a una pulga ante la abrumadora posibilidad de que la humanidad pueda evolucionar de nuevo a partir de ella, de la pulga, se entiende.
Será que ando de malas, pero a las canciones edulcoloradas que nos receta el MTV hoy en día, no nos queda sino anteponerles los madrazos de los Ramones y los Sex Pistols. ¿Que se trata de un grupete prefabricado? Quizá. Pero bien pronto rebasó sus límites y le puso en la madre al sistema que lo creó, como hace todo Frankenstein que se respete. En pocas palabras: Que chinguen a su madre los Bee Gees. Hay que vivir al filo de la navaja. No conozco otra manera.

martes, 19 de febrero de 2008

¡Larga vida a estos rucos, carajo!

Mi querido amigo Felipe:

Acabo de escuchar la versión pirata del concierto que dieron los Led Zeppelin en diciembre del año pasado. La tocada fue notable porque al fin Page y Plant medio hicieron las pases con John Paul Jones, y porque tocó con ellos Jason Bonham, hijo del legendario John Henry Bonham, El Baterista.
John Paul Jones, bajista y tecladista del grupo, estuvo enojado durante años con Jimmy Page, guitarrista y Robert Plant, cantante, porque estos dos tocaron juntos en diversas ocasiones desde 1980, año en que murió El Baterista, ahogado en su propio vómito luego de recetarse 40 dosis de vodka entre pecho y espalda. Jonesy tenía razones sobradas para estar enojado, porque la música del Zeppelin le debe mucho a su habilidad como instrumentista y a su creatividad artística, pero Page y Plant andaban de divas y no fue sino hasta el año pasado que lo invitaron a la reunión del grupo.
Led Zeppelin, los dioses del rock and roll, tocaron durante dos horas la noche del doce de diciembre pasado ante fanáticos llegados de todas partes del mundo, en lo que fue su primer concierto después de casi 20 años (la última vez fue el 14 de mayo de 1988, para el concierto de aniversario de Atlantic Records). Y sorprende que esos venerables rucos, minados por su historial de drogas y excesos, con el pelo blanco ya y los cueros colgándoles por todos lados, sean capaces de crear ese sonido contundente, cañero y de poca madre, apoyados en Jason Bonham, baterista de tan dura pegada que por momentos deja uno de extrañar a su padre. Pero sobre todo, qué agasajo escuchar de nuevo a Jimmy Page tocar esos extraordinarios riffs en su guitarra de batalla, una Gibson Les Paul del 59.

Aunque Jimmy Page posee una gran colección de guitarras (más de mil 500 según confesó en una entrevista), las Les Paul formaron parte siempre de su arsenal básico (¡su Guitar Army!). Con ellas compuso canciones emblemáticas del rock y las utilizó tanto en sus conciertos que no exagero al afirmar que él contribuyó a que las Les Paul se convirtieran en iconos del heavy metal.
Además de Jimmy Page utilizan la Gibson Les Paul músicos tan dispares como Mick Mars de Motley Crue; Robert Fripp, de King Crimson; Mick Jones de los Clash y el otro Jones, Steve, de los Sex Pistols. Se suman a la lista Slash, legendario guitarrista de Guns and Roses y ahora de Velvet Revolver; Mick Taylor, de los Rolling Stones; el barbón acelerado Zakk Wylde; Adrian Smith, de Iron Maiden y Noel Gallagher, de Oasis entre otros. ¡Ah, y Joe Perry, de Aerosmith!
Así, en diciembre del año pasado la Les Paul de Jimmy Page volvió a las andadas con singular poderío. Al día siguiente del concierto en el London Arena los piratas (Dios los bendiga) pusieron a circular versiones crudas del concierto, y las han ido subiendo a los servidores a lo largo de estos días, cada vez con mejor sonido pero a la espera de que alguien ponga a circular la grabación de la consola de control, la cual, según los entendidos, no tarda en aparecer, para beneplácito de todos los fanáticos del Zeppelin.
Por cierto, Jimmy Page utiliza otro modelo de Gibson, la EDS-1275, de 1971, una guitarra de dos mástiles, uno de seis cuerdas y otro de doce, con la cual interpreta en vivo Stairway to Heaven, The Rain Song, The Song Remains the Same y en algunas ocasiones Tangerine. Como curiosida añadiré que la Les Paul del 59 se la obsequió el compositor y guitarrista Joe Walsh, del grupo Eagles. La neta, qué chido regalo.

¿De qué se trata?

No sé. Un blog más en el infinito del ciberespacio...

Trata sobre este noble cincuentón, el rock and roll, y sus hermanos, legítimos unos, bastardos otros.
Hace más de 30 años que adquirí este vicio abrasivo de la música y desde entonces no concibo un solo día de mi vida sin una rola para paliar la soledad, el trabajo, el ocio y el simple desgano de vivir.
No sé de qué se trata. Me daré una vuelta por acá, de vez en cuando, para cotorrearle al hipotético cibernauta cómo está la onda, aunque nadie sepa muy bien, hasta el día de hoy, de qué se trata...

Stoned!