sábado, 26 de julio de 2008



A la derecha, de catorce años, Hank Williams, con The Drifting Cowboys.



Hank Williams y su hijo, Hank Williams junior...




El Cadillac del 52 que lo llevó en su último viaje.

Hank Williams

Te aseguro que todos hemos escuchado al menos una canción de Hank Williams. Para quienes no saben qué onda con este fulano, diré que Hank Williams nació en septiembre de 1923 y que murió el primero de enero de 1953. Sí, alcanzó a vivir nada más 29 años y un par de meses. Pero en esos 29 años Hank Williams (cuyo verdadero nombre fue Hiram Williams) compuso y ejecutó canciones que fueron en su momento la columna vertebral del movimiento country gringo, pero que con el paso del tiempo pasaron a convertirse en estándares de la música de rock y después del pop. Con una carrera musical que duró apenas 5 años, Williams dejó huella imperecedera. Como Hendrix, como Jim Morrison, como Keith Moon y John Bonham, Williams murió muy joven a consecuencia de los devastadores efectos de las adicciones.
Hank Williams nació en Georgiana, Alabama. A los diez años de edad se mudó a vivir con su tía Alice en Fountain, también en Alabama, y allí se le presentaron las dos circunstancias que marcarían su vida: la tía le enseñó a tocar la guitarra y su primo, Opal McNell, seis años mayor, lo enseñó a beber güisqui. En 1939, a la edad de 16 años, Hank formó su primer grupo, The Drifting Cowboys, algo así como Los Vaqueros Errantes, y empezó a componer y a cantar y a beber como desesperado.
Flaco, correoso, larguirucho y desenfadado, Hank Williams vivió la vida al cien. En su corta carrera tuvo 11 canciones colocadas en el primer sitio de popularidad, entre las que se encuentran Lovesick Blues, Long Gone Lonesome Blues, Why Don't You Love Me, Cold, Cold Heart, y Jambalaya (On the Bayou), canción que todos, alguna vez hemos escuchado, incluso en español. También colocó diez canciones más en los primeros lugares.
En 1943, Hank Williams contrajo matrimonio con Audrey Shepard. Su carrera iba en ascenso y esas alturas era ya una celebridad local. Pronto su fama recorrió los Estados Unidos, con canciones como Never Again (1946) y Honky Tonkin' (1947). Pero a medida que cobraba éxito y sus conciertos eran cada vez mayores, también iba en aumento su afición al alcohol y la morfina, ya que padecía de dolores de espalda a causa de un mal congénito en la columna vertebral. Así, el flaco Hank perdió no sólo contratos y presentaciones, sino también el control de su vida. También lo corrieron de los Drifting Cowboys.
Para el año nuevo de 1953 estaba en problemas graves por incumplimientos, así es que se obligó a viajar desde Knoxville, Tenessee, hasta Canton, Ohio, donde debía presentarse en la noche del día primero. Impedido de viajar en avión a causa del aml tiempo, Williams contrató a un joven de 17 años como chofer y se hizo a la carretera en la noche del 30 de diciembre. Iba en un Cadillac del 52, color azul pálido.
No se sabe a qué hora murió ni como. Las memorias del chofer se contradicen y confunden los lugares. Lo único cierto es que se percató de la rigidez del artista en la madrugada del primero de enero, y que cuando trataron de auxiliarlo no fue posible hacerlo.
Williams había consumido alcohol en grandes cantidades. También un par de dosis de morfina y de complejo B12. El certificado médico dice que falleció por problemas cardíacos. Como fuera, la muerte prematura de Hank, a los 29 años, contribuyó a engrandecer la leyenda.
Músicos como Bob Dylan, Johnny Cash, Jerry Lee Lewis, Keith Richards, Tom Petty y Emmilou Harris cantaron sus composiciones. Incluso les recomiendo un disco bellísimo de tributo, llamado Timeless Hank Williams (Eterno Hank Williams), donde estos músicos y otros más interpretan las rolas de este pionero de la música rock. Curiosamente, la última canción que dio a conocer se titula I'll Never Get Out of This World Alive, algo así como Nunca Saldré Vivo de Este Mundo.

domingo, 13 de julio de 2008

El vicio de la música

Me comenta Pablo: deberías escribir sobre grupos más modernos, como Tool, que si bien no son grandioos, sí hacen un trabajo muy respetable y cañero. Tiene razón Pablo. Me quedé clavado en los ochentas. Quizá se deba a que estas columnas son una especie de reencuentro conmigo mismo, con el que fui a partir del verano del 76, justo en el momento de contraer este vicio abrasivo de la música, esta enfermedad...
No sé. Tal vez lo haga, porque ya les dije, no sólo escucho a ochenteros... es sólo que...

El Boleto, segunda parte...

Les contaba la semana pasada que fue una de las tareas de Hércules recuperar el dinero del otro boleto. Como dijera mi cuate el abogado: “cóbrale a tu cliente mientras está en prisión, porque cuando salga ya no va a tener ganas de pagarte”. Lástima que me la advertencia me llegó tarde.
Pues bien, el chamaco se desapareció, cerró el changarro y no supe más de él. Ni modo. Meses después dio señales de vida de nuevo, en un localito que está justo al lado de donde se encuentra ahora el banco Serfín. Pero dio lo mismo. No había lana. Finalmente me pagó en especie y más o menos forzado, porque una tarde le pedí que me mostrara dos casetes: el Unplugged, de Neil Young, y el Coverdale-Page. Me los mostró. Le dije que me los fiara. No tuvo manera de decir que no. No fue muy equitativo ni muy correcto, pero de lo perdido lo que aparezca.
Unplugged es un disco luminoso. Contiene una docena de las canciones más bellas del canadiense Neil Young, como The Old Laughing Lady, Harvest Moon, Long May You Run y Unknown Legend, de estremecedora belleza. Escucharlo fue toda una revelación. De Neil Young conocía ese disco demoledor llamado Rust Never Sleeps, un clásico del que algún día escribiré algo, de los tiempos del disco de acetato, con un lado acústico, hermosísimo, y uno eléctrico, pesado y denso. Conocía Decade y parte del trabajo que hizo Neil con David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash, en el ya legendario Crosby, Stills, Nash and Young.
Pero recomiendo a quienes no lo han escuchado, que se bajen de Taringa una copia, o busquen en Youtube algo de ese material, sobre todo de la sobrecogedora versión de Harvest Moon. Por algo Neil Young está desde hace tantos años donde está, al frente de su propio movimiento, renovándose a lo largo de no sé, más de treinta años de carrera musical. Olvídense de que lo cataloguen como El Padrino del Grunge. Nada qué ver. Si pueden, bájense los discos Harvest, Harvest Moon y After the Gold Rush. Y dense un atracón de Neil Young.
El otro disco es un agasajo también. Surgió de una colaboración de Jimmy Page, legendario guitarrista, mejor dicho (y que Hendrix me perdone) a estas alturas del rock ya es El Guitarrista, y David Coverdale, cantante de Deep Purple y Whitesnake, por decir algo. Tocaron con ellos entre otros Jorge Casas y Ricky Phillips al bajo, así como el estupendo baterista Denny Carmassi, compañero de Coverdale en Whitesnake.
Coverdale-Page es un madrazo a medio cerebro, con un par de virtuosos en plenitud de facultades. Contra lo que pusiera pensarse, no es un disco de guitarristas, porque no contiene grandes solos. Más bien su fuerza reside en los riffs contundentes de Page, la interpretación maestra de Coverdale y sobre todo en la estupenda producción, a cargo de los Migueles, Michael Fraser y Michael McIntyre.
Ya desde la primera rola, Shake my Tree, Coverdale-Page revela sus verdaderas intenciones: un rock en estado puro que va en ascenso, desde las sacudidas iniciales hasta la absoluta pesadez de la conclusión.
Sin embargo, Coverdale-Page es un disco difícil de digerir, que se disfruta hasta después de escucharlo varias veces. Por eso te sugiero bajarte de Taringa un par de discos del Deep Purple, el Made in Japan, donde canta Ian Gillian, y Made in Europe, donde canta David Coverdale. O Trouble, de Whitesnake. O la banda sonora de la película The Song Remains the Same, de Led Zeppelin. Canela pura.

sábado, 5 de julio de 2008

El Chilindrino

Fuimos tocar a su casa el día de su cumpleaños. Mi grupo, el Terapia Intensiva, era apenas el germen de lo que habría de ser después: nada. Pero había corazón y ganas aunque anduviéramos escasos de equipo y de varo, como todo grupo que se inicia en el calvario del Rock Nacional Mexicano. Terapia Intensiva éramos Fer en la bataca, Wale en la armónica, Leonel en la guitarra, Francisco en el piano y la voz, y yo en el bajo. Tocábamos, intentábamos tocar blues y rock and roll.
Habíamos ensayado una decena de rolas, muy buenas, es cierto, y mi cuate Francisco las cantaba con entusiasmo y garra aunque su pronunciación del inglés distaba mucho de ser todo lo ortodoxa posible. El Chilindrino había sido compañero de la prepa hasta que dejó los estudios para dedicarse a madrina de la judicial. En primer semestre era un chamaco escuálido, güero, pecoso y sin chiste, igualito a La Chilindrina, de ahí el apodo. Cuando volvimos a verlo, un año y medio después, era un ropero de uno noventa de alto por uno veinte de ancho, mamado y lleno de tatuajes pero con la misma cara de niño popis. Así es que siguió siendo El Chilindrino, pese al terror que podría provocar un tipo de ese calibre, empistolado y hasta el culo de mariguana.
Pero Chilindrino era banda, de modo que no dudamos en ir al patio de su casa a ejecutar rolas el día de su cumpleaños, atraídos por la oferta de atragantarnos con tacos y cerveza a morir. Siempre andábamos hambreados.
No hubo nada de las cervezas y los tacos prometidos. Tocamos un buen rato más o menos inspirados, con las tripas pegadas al espinazo, hasta que la mámá del Chilindrino salió a invitarnos unos tacos de chicharrón y un six de cervezas para los cinco.
Después de cenar salimos a tocar de nuevo. Decidimos empezar la segunda tanda con Johnny B. Goode, que mi cuate Paco cantaba de manera muy chapucera: Dip-daaaaun-in-Luisi-ana-daun di ebergríns-guárrein-doni-boy, neimed yoni-bigud, etcétera. De pronto, a medio solo, que se sube a la tarima un tipo muy loco, flaco como crucifijo, de luenga cabellera descuidada y ojos hundidos en la soledad de la pachequez, el cual, de un manotazo le arrebató el micrófono a Wales y empezó a cantar peor que Paco, si eso era posible: ¡¡gogogogoggggggoooooo, gooooo yoni gogogó go yoni gogogó, go, go, go, go, yoni biguuuuud!! Total que medio terminamos la rola con la idea de que ya se bajara el improvisado, cuando enmedio de su loquera empezó a prender al público: ¡Viva el rocanrrol en México cabroneeeeeeessss! ¡Viva el rock mexicano culerooos! y a cada viva el respetable coreaba viva, viva. Luego que suelta el micrófono y en el colmo del paroxismo tomó no sé de dónde una caja de madera de esas donde se transporta el tomate, la despanzurró contra el suelo y no exagero, que agarra los pedazos y empezo a convertirlos en astillas ¡a mordidas! Así como lo lees, el fulano le arrancaba con los dientes pedazos de las tablas. Finalmente escupió casi palillos de dientes y volvió a dirigirse a la multitud que ya para entonces estaba frenética: ¡¿Quieren dinero cabroneeeesss?! ¡¿Quieren dinero?! Esa pregunta nada más tiene una respuesta, de modo que el super flaco sacó de su morral puños, en serio, puñados de monedas de a peso y de a cincuenta y empezó a arrojarlas sobre la flota. Fue una locura. Ahí se acabó la tocada porque el respetable andaba a ras de tierra buscando las monedas. Hagan de cuenta una piñata. Aprovechamos la confusión para apagar todo y largarnos a la chingada de ahí.
Nos fuimos a cenar tacos de suadero cerca de la casa del Fer. Luego cada quien se fue a su casa.

Así fue como no fui al concierto de Metallica en México

Orlando Vázquez me vendió dos casetes: The Soul Cages, de Sting (1991) y Metallica (mejor conocido como The Black Album), de Metallica (1991). Supongo que no le gustaron, porque me los ofreció a muy buen precio, y yo me apresuré a comprárselos. El de Sting, su tercer álbum como solista, es completamente prescindible, pero el Álbum Negro fue toda una revelación en ese año, 1992, creo.
Ya la semana anterior les platicaba que utilicé una de las rolas de ese casete, la llamada Enter Sandman, para despertar a mi hijo en los días de su educación primaria, acción a todas luces reprobable que me ganó el mote de El Torturador de la Zapote Gordo.
Por esas mismas fechas Metallica emprendió lo que se llamó entonces el Wherever We May Roam Tour, una gira de 14 meses de promoción del nuevo disco, que los llevó a sitios tan dispares como Japón, Estados Unidos, Inglaterra y sí, México.
Cuando supimos que vendrían hubo, por supuesto, exagerada efervescencia entre la comunidad rockera local, y planes por demás descabellados para hacerse de un par de boletos a como diera lugar. No había más opción que encargarlos por teléfono a Ticket Máster y aceptar que te dieran los lugares que se les diera la gana, mediante el pago con tarjeta de crédito en leoninas condiciones: el precio de la entrada más una comisión para el vendedor más el costo de la mensajería.
De inmediato supe que yo no podría ir: el dinero apenas iba alcanzando para lo elemental, y un concierto de Metallica era un lujo fuera de mi alcance. Pero resulta que de entre los rockeros locales yo era de los pocos poseedores de una tarjeta de crédito (dejé de tenerla cuando los bandoleros de Bancomer convirtieron una deuda de un peso con 90 centavos en una de mil 300, pero esa es otra historia), de modo que mi cuate Óscar Benítez me encargó que le comprara dos. Después del calvario con la comercializadora de los boletos, y de 15 días de espera por paquetería, llegaron y resulta que a esas alturas mi cuate ya había conseguido otros dos por otro lado y ya no aceptó los que le compré. Así es que de pronto me quedé con un adeudo de 500 pesos de los de entonces en la tarjeta, dos boletos para el concierto de Metallica y sin un solo peso disponible para ir.
Admito que me pasé dos días con sus noches acariciando los boletos, ideando alternativas para viajar al DF sin quitarle el alimento de la boca a mis hijos, pero no las había, de modo que decidí venderlos. Ahora bien, ¿a quién ofrecerle en Tuxpan dos entradas para un concierto de Metallica? Dejen les platico que había en la calle Lerdo, entre Morelos y Ocampo, exactamente donde estuvo la peluquería de Beto muchos años, un changarro de discos y artículos jipitecas, propiedad de un chamaco reventado que había tenido una revelación o algo así, y que pensaba ganarse la vida de eso. El caso es que fui a verlo y le ofrecí los boletos.
Primero me observó con expresión de sospecha. No todos los días entra a tu tienda de artículos roqueros un gordo de lentes con aspecto de padre de familia a ofrecerte entradas para un concierto de Metallica. Luego, cuando los vio y comprobó que no se trataba de un fraude, accedió a negociar. La verdad yo tenía urgencia de venderlos, así es que acepté el abusivo acuerdo de que me los pagara al precio marcado, con lo cual me tocó absorber el pago a Ticket Máster y el costo de la mensajería, pero de lo perdido lo que aparezca, dijo mi abuela. Para colmo de males sólo me pagó uno y me quedó a deber el otro.
Así es que los tuve en las manos y los dejé escapar. No fui al concierto y terminé de lamentarlo días después, cuando mis cuates regresaron contando la magnificencia de Metallica y la absoluta maestría de sus cuatro integrantes: Kirk Hammet, James Hetfield, Lars Ulrich (méndigo chaparro) y Jason Newsted. Ni modo, eso me pasa por ser pobre.
La historia no termina ahí: cobrar el resto del dinero fue un calvario. Fue necesario seguir al moroso hasta la nueva ubicación de su changarro y, en el más puro estilo azteca, cobrarse a lo chino. Ya les platicaré la aventura el próximo sábado. Mientras, pueden bajarse el álbum de Taringa, e incluso el video de la creación del álbum y de todos los pleitos de comadres que tuvieron entre ellos y con el productor Bob Rock. El video se llama A Year and a Half in the Life of Metallica (algo así como Año y Medio en la Vida de Metallica). La neta, está muy chido.