sábado, 5 de julio de 2008

El Chilindrino

Fuimos tocar a su casa el día de su cumpleaños. Mi grupo, el Terapia Intensiva, era apenas el germen de lo que habría de ser después: nada. Pero había corazón y ganas aunque anduviéramos escasos de equipo y de varo, como todo grupo que se inicia en el calvario del Rock Nacional Mexicano. Terapia Intensiva éramos Fer en la bataca, Wale en la armónica, Leonel en la guitarra, Francisco en el piano y la voz, y yo en el bajo. Tocábamos, intentábamos tocar blues y rock and roll.
Habíamos ensayado una decena de rolas, muy buenas, es cierto, y mi cuate Francisco las cantaba con entusiasmo y garra aunque su pronunciación del inglés distaba mucho de ser todo lo ortodoxa posible. El Chilindrino había sido compañero de la prepa hasta que dejó los estudios para dedicarse a madrina de la judicial. En primer semestre era un chamaco escuálido, güero, pecoso y sin chiste, igualito a La Chilindrina, de ahí el apodo. Cuando volvimos a verlo, un año y medio después, era un ropero de uno noventa de alto por uno veinte de ancho, mamado y lleno de tatuajes pero con la misma cara de niño popis. Así es que siguió siendo El Chilindrino, pese al terror que podría provocar un tipo de ese calibre, empistolado y hasta el culo de mariguana.
Pero Chilindrino era banda, de modo que no dudamos en ir al patio de su casa a ejecutar rolas el día de su cumpleaños, atraídos por la oferta de atragantarnos con tacos y cerveza a morir. Siempre andábamos hambreados.
No hubo nada de las cervezas y los tacos prometidos. Tocamos un buen rato más o menos inspirados, con las tripas pegadas al espinazo, hasta que la mámá del Chilindrino salió a invitarnos unos tacos de chicharrón y un six de cervezas para los cinco.
Después de cenar salimos a tocar de nuevo. Decidimos empezar la segunda tanda con Johnny B. Goode, que mi cuate Paco cantaba de manera muy chapucera: Dip-daaaaun-in-Luisi-ana-daun di ebergríns-guárrein-doni-boy, neimed yoni-bigud, etcétera. De pronto, a medio solo, que se sube a la tarima un tipo muy loco, flaco como crucifijo, de luenga cabellera descuidada y ojos hundidos en la soledad de la pachequez, el cual, de un manotazo le arrebató el micrófono a Wales y empezó a cantar peor que Paco, si eso era posible: ¡¡gogogogoggggggoooooo, gooooo yoni gogogó go yoni gogogó, go, go, go, go, yoni biguuuuud!! Total que medio terminamos la rola con la idea de que ya se bajara el improvisado, cuando enmedio de su loquera empezó a prender al público: ¡Viva el rocanrrol en México cabroneeeeeeessss! ¡Viva el rock mexicano culerooos! y a cada viva el respetable coreaba viva, viva. Luego que suelta el micrófono y en el colmo del paroxismo tomó no sé de dónde una caja de madera de esas donde se transporta el tomate, la despanzurró contra el suelo y no exagero, que agarra los pedazos y empezo a convertirlos en astillas ¡a mordidas! Así como lo lees, el fulano le arrancaba con los dientes pedazos de las tablas. Finalmente escupió casi palillos de dientes y volvió a dirigirse a la multitud que ya para entonces estaba frenética: ¡¿Quieren dinero cabroneeeesss?! ¡¿Quieren dinero?! Esa pregunta nada más tiene una respuesta, de modo que el super flaco sacó de su morral puños, en serio, puñados de monedas de a peso y de a cincuenta y empezó a arrojarlas sobre la flota. Fue una locura. Ahí se acabó la tocada porque el respetable andaba a ras de tierra buscando las monedas. Hagan de cuenta una piñata. Aprovechamos la confusión para apagar todo y largarnos a la chingada de ahí.
Nos fuimos a cenar tacos de suadero cerca de la casa del Fer. Luego cada quien se fue a su casa.

3 comentarios:

  1. se pueden escribir historias menos aburridas y reales nadie de los hemos vivido en carne propia momentos de este relato llora como marica...

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  2. La neta no entiendo el comentario, pero coincido contigo: La historia podría ser menos aburrida pero no más real. El Chilindrino existe (esperemos que su trabajo de madrina no le haya costado la vida), y las condiciones miserables de los músicos mexicanos que apenas empiezan a abrirse paso son igual de deplorables ahora que hace 30 años, cuando ocurrió lo que les relato.
    Respecto a llorar como marica... pues sólo que fuera de hambre, porque nos tocaron dos tacos de chicharrón y una lata de cerveza a cada uno. Pero éramos jóvenes, y a esa edad comer no era tan importante como sacrla acordes limpios a la guitarra.
    Salud y gracias por tu comentario.

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  3. en realidad no dudo la existencia de algunos de los personajes de tus historias, simplemente que el no comer por vagancia es algo comun el matiz funebre de tu texto me parece exagerado para el suceso insulso y desalmado (y no de maldad)creo que llorar sin ganas es lo mismo querer cagar sin nunca haber comido...

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