domingo, 5 de octubre de 2008

Perdonen la tristeza...

Hace un día espléndido en Tuxpan. "Samain diría: el aire es quieto y de una contenida tristeza". Desde la terracita de mi casa se ve hacia el río, cuyo curso milenario se ve interrumpido apenas por las tormentas de estos días. El cielo es de un azul tan profundo que espanta. Allá, lejos, las flores levantaron el vuelo: centenares de mariposas amarillas viajan hacia la nada, guiadas apenas por ese destino al que a falta de mejor nombre llamamos instinto.
¿A dónde irán con su lluvia de polen amarillo, con sus alas tan semejantes a los pétalos de las margaritas? ¿Y esta música que escucho ahora... ¿a dónde va? ¿A dónde se fueron las canciones que cantaban las muchachas cuando yo era joven? ¿Qué se hizo de tanto como se quedó en el camino? ¿Dónde estarán ahora mis amigos, con los que hice la revolución, con los que aprendí a jugar al billar, con los que tocábamos canciones de tres acordes en las tardes polvorientas del mes de julio?
No queda de ellos sino el recuerdo de las tardes compartidas, las cervezas, las conversaciones sin sentido hasta la madrugada. ¿Qué será también de todos aquellos seres más o menos anónimos que pasaron por mi vida sin apenas dejar huella? Óscar Valerdi, Elías, Alejandro, quien me enseñó dibujo técnico; Pancho Amador, atormentado por la muerte de su pequeño hijo en un arroyo de apenas 40 centímetros de profundidad; Víctor Cáñez, Paco Sauza, Luz Eréndira, Junior... ¿qué se hizo de todos ellos?
De cierto modo todos somos la materia del olvido. El olvido está hecho de nuestra pequeñas vidas con sus tragedia, sus alegrías, sus desencantos... La cita de la primera línea es de un poema de César Vallejo. El resto de la tristeza es mía. Ustedes perdonen.

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