martes, 28 de octubre de 2008

Ahora que lo pienso...

Cuando fui adolescente y deseaba leer todos los libros del mundo no los tuve. La vida me parecía entonces una planicie interminable cuyo horizonte se desvanecía en la distancia muy, muy lejos. Las tardes con su espectáculo violento de sol y nubes incendiadas discurrían con lentitud y había tiempo para leer, para el cafecito caliente, para escuchar música en la radio. Horas y horas de soledad, de libros robados, de escuchar música en la penumbra de aquel cuarto minúsculo, enmedio de la atmósfera mágica de las seis de la tarde, de aquella quietud interrumpida apenas por la gritería de los muchachos allá afuera, jugando a la pelota.

Tampoco tenía la música que deseaba escuchar. Éramos muy pobres y no había recursos para esa clase de lujos, apenas para lo inmediato. Por eso sintonizaba con fruición la radio, expectante, sabiendo que cada canción sería una experiencia irrepetible.

De los libros, ni hablar. Me robé un centenar de la colecta que hicimos de casa en casa a beneficio de la biblioteca de la secundaria. Otros los compré ahorrando trabajosamente los restos del dinero que me asignaban para ir a la escuela. Es como mantenerse un vicio, ni más ni menos.

De leer a escribir, al menos en mi caso, hubo poca distancia. Comencé imitando a mis autores preferidos, a los que fui descubriendo en casa y poco después en la biblioteca pública de Tlalnepantla. Más tarde lo hice por mi cuenta y bajo mi propio riesgo.

Confieso que escribir me llenaba de vergüenza. Desde que comencé con este vicio abrasivo hasta el día de hoy, tengo la espantosa sensación de que escribir honestamente lo deja a uno desnudo, en cueros. Por eso escribía en secreto. Supongo que hay una buena ración de neurosis en todo este proceso.

Todo el tiempo escribía a escondidas y raras veces permití que alguien, quien fuera, hojeara mis cuadernos. Ahora ninguno de ellos sobrevive, lo cual me llena de alivio. Pero la sola idea de que alguien pudiera descubrirme de esa manera me llenaba de espanto.Aún ahora escribir me delata, expone lo que soy. Tal vez por eso este fracaso, esta pedacera de textos inconexos.

Me falta coraje para decirles "gente, les mentí, este soy yo en realidad". Por eso mi dejadez a la hora de buscar un editor, esta carencia de nervio para abrirme paso. No podría ir de editorial en editorial, con mi manuscrito bajo el brazo, expuesto a que lo lean personas desconocidas. Nada más no: sería como andar enseñándoles el culo.

***


Ahora que soy viejo añoro las prolongadas tardes de mi juventud. Ahora la situación se invirtió. Tengo muchos libros, demasiados. Y toda la música del mundo a sólo unos cuantos clics de ratón en mi computadora.Pero ahora me falta vida.

Estoy hecho un desmadre. Tal pareciera que busco la manera de huir de mis libros, de la música, de la escritura. Si algo me queda de toda esta situación es el sentimiento de que el tiempo vuela. Absorto en el batallar de la vida diaria, en el trabajo, las conversaciones y el vagabundeo, apenas me doy cuenta y ya son las diez y es necesario cerrar los ojos y entregarse a la noche con todos sus misterios. Ahora tengo los libros, la música, las herramientas para escribir pero estoy pasmado ante la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario