lunes, 5 de enero de 2009

Parte Dos

Siguiendo las instrucciones del megaflaco, y persuadido por el cañón frío de la pistola en la cabeza, el chofer disminuyó la velocidad, tomó una calle perpendicular y orilló el vehículo dos cuadras más lejos. El micro frenó con una brusca sacudida. Más rápido que la luz y que el rayo, El Dragones sacó del bolsillo una navaja tan oxidada que parecía despojo de la segunda guerra mundial, y amenazó con ella a una viejita, al grito de no se muevan o se los carga su madre. Los pasajeros permanecieron quietos, acuciados por el instinto de conservación. Estaban a punto de pasar a las estadísticas de una ciudad que desenterró desde hace años y para siempre el hacha de guerra.
–¡A ver, flojitos y cooperando!–urgió el flaco-flaco, mientras aplicaba un candado a la cabeza de Joaquín Pardavé–. ¡Vayan cayéndose con todo lo que traigan o mato a este pinche gordo!
El gordito se quedó congelado, con la cara bañada en sudor frío. Es muy fácil morir en un acontecimiento de ese tipo, y el clon de Joaquín Pardavé lo sabía. Sin que nadie se lo dijera, ofreció a su captor los billetes que, doblados a la mitad por el eje más largo, llevaba distribuidos entre los dedos de la mano izquierda. El capitán sintió el golpe de la adrenalina, tan parecido al del alcohol, y se puso alerta.
Sin más trámite, el güerito empezó a recolectar carteras, monedas y relojes, amagando a sus víctimas con la navaja. Temerosos y resignados, los pasajeros entregaron sus pertenencias sin alzar siquiera la vista, con aspecto de ovejas rumbo al degüello, según explica con toda exactitud la profecía de Isaías. Movido por los reflejos y sin poder explicarse muy bien cómo, el Capitán metió la mano al bolsillo del abrigo, palpó el acero tibio de la Smith and Wesson y retiró el seguro. Estaba listo. Un Capitán del ejército mexicano siempre está listo.
De pronto los acontecimientos se precipitaron. Uno de los pasajeros se opuso a que le revisaran las bolsas de la camisa, acuciado por el miedo o la necesidad, y trató de sujetar la mano del asaltante sin conseguirlo. El sujeto abrió los ojos como si hubiera visto a un extraterrestre y la emprendió a golpes contra el pobre fulano, injuriándolo con toda clase de improperios. Después de patearlo cuanto quiso en el pecho y los brazos, lo sujetó por los cabellos con la mano libre y sin más trámite le hundió la navaja en un ojo. Un chisguete de sangre le salpicó la cara.
En ese momento, el capitán se puso de pie, levantó el brazo armado y accionó dos veces la pistola. Las balas de la Smith and Wesson M&P son del calibre .40 W&S, tipo JHP, con la punta perforada, lo cual crea una expansión positiva muy rápida, favorece la precisión del tiro y asegura una recarga suave y sin problemas. Una bala .40 S&W con 155 grains de pólvora puede desarrollar velocidades de hasta 350 metros por segundo, con una fuerza de más de 600 joules, quizá por eso, el tipo de los tatuajes ni siquiera se percató del proyectil que lo alcanzó en el ojo derecho y le destrozó la parte superior del cráneo; el segundo lo alcanzó en el pecho, justo antes de que se desplomara escupiendo sangre y saliva.

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