lunes, 8 de diciembre de 2008

Esta enfermedad llamada rock

Todos los días, carajo, todos los días es necesario asomarse al abismo de la música. Al levantarse, rumbo al trabajo, en la oficina, de regreso, en la calle... no conozco otra manera de vivir.
Un día sin música es un día incompleto. Como que algo le falta a mi neurosis cuando no aplaco a los demonios internos con un poco de rock. Ustedes no lo saben, pero así es. De alguna manera la cosa que soy lo reclama. Nietzche lo dijo con mejores palabras: sin la música la vida bien podría ser una equivocación. A la música habría que sumarle el café de Veracruz y un par de atardeceres para completar el cuadro.
Ya se los dije antes, cada fragmento de mi vida está ligado a una rola. Y al parecer, cada etapa, así de manera más general, tien su propia banda sonora. Algunas veces su obsesiva banda sonora.
Hay música que escuché infinidad de veces y a la que ahora recurro poco. Tuve una etapa Pink Floyd The Wall y una etapa Neil Young, luego una etapa Roger Waters, y así, con los Beatles en el background, a la expectativa. También tuve mi etapa Bob Dylan.
Algo hay de escalofriante en la música, algo que no alcanzo a condensar en palabras. Me estremece. Ayer estaba escuchando un programa de Os Paralamas do Sucesso, a quienes apenas estoy descubriendo, y poco faltó para que se me rodaran las lágrimas. Y no soy un tipo de lágrima fácil.
Pero también se me salen con Beethoven. Toda una tarde lloré como una niña con el inicio del cuarto movimiento de la Novena. Y no puedo escuchar la Patética de Tchaikovski sin que se me suban los huevos a la garganta. O la obertura Egmont.
Pero igual me pasa con el Pink, o con Led Zeppelin. El domingo pasado por la mañana estuve solo en casa y aproveché para poner a tdo volumen mi selección de rolas del Zepelín de Plomo. Hacía años, muchos, que no lo escuchaba como se debe: a todo volumen. Quiero comentarles ya para terminar este post, que los tamborazos de Rock and Roll me volvieron a conmocionar igual que hace más de treinta años, caundo los escuché por primera vez, y que esa música imposible, invencible, indescriptible y bella me tocaba el alma.
Sí, la música tocándome el alma. Así lo dijo alguna vez John Lennon. La canción se llama #9 Dream.

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