viernes, 18 de febrero de 2011

Rust Never Sleeps

En 1979 Neil Young puso a circular el que sería su nuevo disco de estudio: Rust Never Sleeps. Es un disco estremecedor de principio a fin. Neil y Crazy Horse grabaron la mayor parte de las canciones en vivo, en el Cow Palace, de San Francisco, California, aunque en la producción le eliminaron el ruido de la audiencia. Sólo se grabaron en estudio dos canciones, Sail Away y Pocahontas, que para entonces era una canción viejita, como de 1975.

Rust Never Sleeps, en su versión de acetato, estaba dividido en un lado acústico y el otro eléctrico. Abria el lado acústico la estremecedora My My, Hey Hey (Out of the Blue) un tema bellísimo dedicado al cantante de los Sex Pistols, Johnny Rotten. A continuación esa extrañeza que es Thrasher, y luego Ride My Llama, Pocahontas y Sail Away.

Por el otro lado, eléctrico, pachequísmo, con las guitarras saturadas de distorsión, el agasajo empezaba con Powderfinger, una rola enigmática cuyo significado es, todavía, motivo de toda clase de lucubraciones entre los fans de Neil y en los grupos de discusión dedicados a él en la red. Venían después dos rolas muy extrañas, Welfare Mothers y Sedan Delivery, para terminar con ese alucine que es Hey Hey, My My (Into the Black), segunda versión de la canción acústica que abre el disco.

Yo descubrí este disco, el primero que escuché de Neil, a principios de 1983, y fue una sacudida. De modo que se volvió referencia obligada en la banda sonora de mi vida por los años siguientes, cuando Jenny estaba pequeña y vivíamos en un minúsculo departamento de la calle Venezuela, en el corazón de la ciudad de México.

De ahí en adelante fue buscar y buscar más discos de Neil. Eran los tiempos previos a la Internet, de modo que era necesario peregrinar por las tiendas de disco o por el Tianguis del Chopo. Cuando nos vinimos a Tuxpan la tarea fue más difícil. Ya les dije, creo que ya les dije, que en este pueblo sólo había una tienda que vendía música que no fuera del circuito comercial de esos años. Sin embargo, era necesario solicitar el disco y esperar semanas, a veces meses, el milagro de la aparición del disco. Eso, y la severa escasez de dinero fueron los impedimentos mayores de esa época, hasta que llegó la Internet al pueblo y pudimos salir de la hambruna musical.

Neil Young es uno de mis artistas favoritos, a pesar de que es la primera vez en años que me ocupo de él desde que empecé a publicar Un Toque de Rock en el periódico Noreste de mi pueblo. Y Rust Never Sleeps es uno de esos discos que escucho y escucho con muchísimo gusto. Diré de inmediato que también traté de tocar algunas de esas canciones, con mediano éxito, en la guitarra, y que en nuestras cada día más escasas sesiones con Pablo, mi hijo, alguna vez nos ejecutamos Powderfinger: “Look out, mama, there´s a white boat comin´ up the river/whit a big red beacon, and a flag, and a man in the rail…

Hasta la fecha nadie sabe de qué trata exactamente la rola. Ya les comenté que en la red hay grupos de discusión que analizan las canciones de Neil, y que esta, junto con Thrasher es una de las más enigmáticas. Las letras de Neil alcanzan en ocasiones un grado de sofisticación comparable al de Bob Dylan. Es sin duda un gran escritor de canciones y un músico que sigue su propio camino, a veces a contracorriente.

Acá les dejo un enlace a Powderfinger en vivo. No importa tanto el significado como la belleza del tema. Que lo disfruten.

lunes, 14 de febrero de 2011

El Boxeador...

El enorme Ricardo Garibay

Rubén El Púas Olivares

David El Macetón Cabrera

Ricardo Garibay escribió alguna vez, creo que en Fiera Infancia y Otros Años, las siguientes frases: “Nunca he conseguido ser enteramente auténtico, me gustaría parecerme al boxeador que sin oportunidad ninguna de triunfo, como alegre suicida, sigue rompiéndose la madre hasta el último round”.

Qué bella imagen: rompiéndose la madre hasta el último round, sabiendo que todo está perdido.

Así era David El Macetón Cabrera, un peleador de peso semicompleto que tuvo su media hora de fama a principios de los 80. Dicha fama residió sobre todo en su discapacidad, ya que tenía rígida la pierna derecha a consecuencia de un accidente con un autobús. También fue famoso por que carecía de técnica en eso de liarse a mamporros con el prójimo.

Lo vi en 1981 creo. Fue en la vieja Arena Coliseo, no recuerdo el nombre de su oponente. Era una locomotora el Macetón Cabrera, una avalancha ciega de golpes y sudor y sangre, un rehilete de brazos desbocados; una furia cuya determinación lo hacía ir para adelante, para adelante, para adelante, con los pómulos tumefactos, las cejas monstruosas, los labios en flor.

Iba al frente el Macetón Cabrera, demoliendo al contrincante a base de puros riñones, sin cintura, sin bénding, sin fáit-step, apoyado en la pierna reseca, en su aguante prodigioso y en su voluntad de fierro colado. Dejaba para otros la elegancia, el estilo, los golpes a la alta escuela; lo suyo era abrirse paso a pico y pala, a madrazo limpio, como lo que era: un guerrero del cuadrilátero, una leyenda. Lo suyo eran huevos y actitud; no necesitó de más.

David Cabrera murió hace poco, en diciembre de 2010, a la edad de 73 años. Uno de sus admiradores dijo: “Él era el tipo que quisieras a tu lado en una pelea de cantina. El Macetón parecía una puta muralla mientras cruzaba el ring con ese pie arrastrándose detrás de él. Era como su ancla, pero él nunca permitió que eso le impidiera pelear. Era un verdadero boxeador ese vato”. No puedo pensar en un obituario más justo.

Lo recuerdo ahora por las palabras del Ricardo Garibay, boxeador frustrado y escritor de altos vuelos, quien se ocupó del tema como pocos en Las Glorias del Gran Púas, ese testimonio inigualable sobre otra leyenda de los encordados, Rubén El Púas Olivares.

Lo recuerdo porque ahora mismo estoy escuchando The Boxer, de Paul Simon, y algo de inasible nostalgia y de tristeza se cuela de pronto en estas palabras. Como una racha de aire frío. Como el recordatorio de una sentencia irrevocable.

Hace mucho tiempo intenté tocar The Boxer en la guitarra. La canción tiene cierta dificultad por el Travis picking, o como se le llame, y porque además canto feo y mal. Pero la letra tiene una belleza aterradora, un coraje del que las palabras de Garibay hacen eco quizá sin saberlo, sobre todo la última estrofa, para la cual no encuentro la traducción adecuada. Perdonen la carencia; en el inglés, como en algunas otras materias del conocimiento humano, soy autodidacta:

In the clearing stands a boxer,/And a fighter by his trade/And he carries the reminders/Of ev'ry glove that laid him down/And cut him till he cried out/In his anger and his shame,/"I am leaving, I am leaving."/But the fighter still remains…

Sí, el peleador sigue...